Ariadne/Capítulo tres: Leonardo
Capítulo tres:
Leonardo
Aún impresionada por lo que había escuchado, Ariadne descendió lentamente los escalones del anfiteatro. Ya casi todos los oyentes se habían dispersado y solo unos pocos rodeaban a Pitágoras y le hacían preguntas.
Un poco a lo lejos, Ariadne vio a un joven que le resultaba familiar. De ojos brillantes, tez perfecta, y cabello rubio rizado, finamente construido, con algunos mechones tan quemados por el sol que se volvieron dorados.
Ariadne, no podía apartar la mirada de él porque notaba algo aún más sorprendentemente hermoso. Se parecía un poco al propio Pitágoras, ¡pero no exteriormente! Él, como Pitágoras, irradiaba una Energía Divina —pura y radiante—…
Y de repente le recordó, ¡era su amigo de la infancia en Atenas, Leonardo!
Ariadne se acercó alegremente:
—¿De verdad eres tú, Leonardo?
—¡Ariadne, sí! ¡Qué feliz estoy de verte! ¡Te has convertido en una belleza!
—¡Yo también estoy muy contenta, Leonardo! ¡Has cambiado tanto! ¡Apenas pude reconocerte! ¿Estás con Pitágoras?
—¡Ah, sí, Ariadne! ¡He cambiado mucho… gracias a Él!
»¡Y sí, estoy con Su grupo! Estamos construyendo aquí una escuela en la que se formará a quienes aspiran a la Sabiduría y a la Belleza.
»¡Habrá templos donde poder permanecer en silencio y escuchar las Revelaciones Divinas, también casas para todos los discípulos y un anfiteatro donde escucharemos a Pitágoras! ¡Habrá senderos a lo largo del mar, un lugar para nadar y un hermoso jardín!
»¿Quieres venir conmigo? ¡Te mostraré los avances!
—¡Vamos! ¡Fue muy interesante para mí escuchar Su discurso!
… En el camino, hablaron:
—Dime, ¿cómo conociste a Pitágoras?
… Leonardo pensó por un rato, luego comenzó su historia:
—Hoy en día, con tan solo recordarlo me da vergüenza… Se daba lugar un juicio sobre tres ciudadanos en Atenas. El fiscal y la defensa, se turnaban para hablar. Las acusaciones eran claramente falsas y la posible sentencia muy dura. El orador que actuaba en defensa de los acusados fue torpe, y sus declaraciones débiles y desinformadas. De vez en cuando se sonrojaba, o en ocasiones palidecía de emoción, y no podía conectar sus pensamientos para suministrar pruebas armoniosas y revestir la verdad con palabras…
»Un amigo mío y yo, teníamos la costumbre en ese entonces de asistir a esas reuniones para divertirnos y practicar nuestro ingenio. Más nunca hablábamos en público. Tampoco nos preocupábamos del resultado, simplemente disfrutábamos del falso placer de sentir nuestra propia superioridad sobre los demás, —superioridad en mente y elocuencia—…
»Y en ese juicio en particular, ya habiendo ridiculizado entre nosotros lo absurdo de las acusaciones, ridiculizábamos sarcásticamente al torpe defensor.
»De repente, Pitágoras apareció ante nosotros.
»Me invitó a hablar en defensa de los acusados y a proceder mejor que el defensor —quien claramente sufría una derrota y perdía la batalla— en la opinión de quienes ahora tendrían que dictar sentencia.
»Al principio me negué, arguyendo que —no era serio— participar de un escándalo con acusaciones y palabras tan ridículas…
» Más Pitágoras dijo entonces:
»—¡Pero detrás de estas palabras yace el destino de tres personas! ¿Careces del coraje y la inteligencia para usar tu elocuencia en protegerles?
»… Así, hirió mi orgullo. Y me adelanté para expresarme.
»Cabe señalar que mi primer discurso público no fue brillante, pero tuvo éxito.
»Ridiculicé los argumentos y declaraciones ineptas de ambos fiscal y defensor, y arrojé luz sobre la situación tal como la percibía. Con la aplastante aprobación de todos los oyentes, —los acusados fueron absueltos—.
»Lo más inesperado para mí por mi discurso, fue la gratitud del inepto defensor, Theoritus. No le dolió en absoluto mi penetrante burla sobre su proceder. ¡Estaba sinceramente feliz de que mi elocuencia probara la verdad y salvara a esta gente de tales acusaciones falsas y de una sentencia injusta!
»Pitágoras se encontraba cerca. Y de repente, me sentí muy avergonzado por todo lo que hice, ¡haciendo alarde de mi ingenio ante las personas!
»Mi amigo, con quien nos burlábamos juntos, no entendió el porqué de mi actuar y, desconcertado por el cambio que se había producido en mí, se marchó.
»Pero abracé a Theoritus como a un amigo.
»Te lo presentaré si quieres. Ahora, sus actuaciones son muy superiores a las mías en elocuencia. Él quería lograr la maestría de esto, y lo ha conseguido.
»Por mi parte, ahora me atrae algo muy diferente, la capacidad de lograr la maestría en… Bueno, hablaremos de esto más adelante.
»Después de ese hecho, Pitágoras nos invitó a ambos a acompañarle.
»Nos dijo que concebía la creación de una Escuela espiritual, incluyendo una comunidad de personas con ideas afines, donde la sabiduría y la elocuencia sirvan a la Verdad, donde la justicia tenga el poder, donde la bondad aparezca en todo su esplendor, y donde solo el mal y otros vicios serán los objetos a denunciar y a erradicar. Ya que son estos últimos la mayor desgracia y estupidez que el ser humano pueda poseer.
»… ¡Y aquí estamos! ¡Mira qué hermoso es todo esto!
… ¡El lugar era realmente maravilloso! Tenía una increíble vista al mar, donde hasta uno quería, tal cual las aves, extender las alas y remontarse en el espacio sobre toda esta belleza natural.
… Leonardo, le mostró a Ariadne el futuro diseño de la Escuela. La conducía por la pendiente y la cima de la colina, mientras describía con palabras entusiastas las edificaciones aún no construidas y las escaleras de mármol aún no colocadas.
Ariadne, escuchaba todo con una leve sonrisa. Hasta ese momento, solo un pequeño grupo de estudiantes trabajaba en la distancia, construyendo una dársena en el curso de un arroyo de montaña en vías de hábilmente recolectar agua dulce.
—Pero, ¿por qué son ustedes mismos quienes cavan el suelo, construyen la dársena, plantan el jardín, mueven las piedras y pintan las paredes? ¡Este es trabajo de esclavos!
—Aquí no funciona así Ariadne, ¡aquí, todos realizan el trabajo que está a su alcance! ¡En cuanto a los esclavos, —no hay ninguno y nunca los habrá—! ¡No es ético que una persona sirva a otra por coacción en vez de por el simple deseo de ayudar!
»¡Aquí, solo existe la grandeza de las almas que luchan por la Pureza y la Luz!
»¡Cualquier trabajo terrenal sirve para esto!
»Sí, hay algunos entre nosotros que por voluntad del destino, eran esclavos. Más fueron comprados por Pitágoras. ¡Y muchos de ellos son almas mucho más inteligentes, más honestas y más hermosas que quienes se consideran aristócratas!
—¿Qué estás insinuando?
—¡Oh no! ¡Nada, nada! ¡Lo siento!…
… De repente, Pitágoras les salió al encuentro.
Ariadne, sorprendida, no supo qué decir ni cómo comportarse…
—¡Saludo a Ariadne la bella en cuerpo y alma! ¡Me alegro de que Leonardo te haya estado comentando sobre nuestros planes!
… Pero entonces, Ariadne no pudo percibir más si Pitágoras hablaba o guardaba silencio. Esa ola de Luz que sintió durante el discurso de Pitágoras, se convertía ahora frente a ella, en un Océano de Luz Divina, Que le abrazaba por todos lados y le llenaba el cuerpo de dicha…
Cuando volvió a la percepción habitual del mundo, Pitágoras ya no estaba allí.
»¿Qué pasó? ¡No recuerdo nada, Leonardo! Solo había Luz, en todas partes, ¡fuera y dentro de mí! ¿Qué es esto?
—¡La parte Divina que te habita está lista para despertar! Tú, como alma, estás lista para despertar y comprender la realidad del ser. Y en ella, —el mundo de los objetos y las personas, incluidos mares y montañas—, son tan solo una pequeña fracción de la Gran, Hermosa e Inmensa Creación.
»¿Te acompaño a casa?
—¡No, te agradezco Leonardo! Debo ahora intentar comprender todo esto por mí misma…