Capítulo 7:
Sobre la pureza y
la alegría —interna
y externa—
Víctor, cambiaba gradualmente gracias a su vida con el abuelo Basilio, Asya, Amiguete y Ronroneo, aunque él mismo aún no lo notaba.
El abuelo Basilio no dejaba de sorprender a Víctor. No parecía un «abuelo ordinario»; parecía muy joven y, si no fuera por la barba, habría sido difícil llamarle abuelo.
Pero eso no era lo más sorprendente. Con su comportamiento y las relaciones que sostenía con las criaturas circundantes, el abuelo Basilio transformaba el espacio; las abejas, los pájaros y los pequeños mamíferos le obedecían. Los habitantes del bosque se acercaban a él sin miedo. Las ardillas, por ejemplo, podían saltar sobre sus hombros, los pájaros, posarse en la palma de su mano, e incluso las liebres no se asustaban, a no ser por el ruidoso Amiguete.
Además, el abuelo Basilio nunca se enojaba por las palabras groseras de Víctor, y siempre le hablaba con una calma y dulzura tales, que parecía ser Víctor para el abuelo, la persona más amada.
Paz y una cierta fuerza interior especial, eran transmitidas por el abuelo Basilio al espacio circundante.
Una vez, Asya le dijo a Víctor que su abuelo sabía cómo usar la Fuerza del Mundo Mágico. Víctor, no dio ninguna importancia a esas palabras para ese entonces. Pero comenzó a notar la inusual y segura fuerza suave de este hombre.
… ¡Y ahora, gracias a Ronroneo, Víctor había visto el Mundo Mágico! Y esto significaba, que todo lo demás en las historias de Asya, podría llegar a ser cierto. La esperanza comenzó a surgir en él, de que el abuelo Basilio podría curarle.
… La comida le pareció especialmente sabrosa a Víctor ese día, incluso, le contó al abuelo Basilio sobre su abuelo. ¡Y no sólo murmuró un «gracias» ordinario como para evitar ser considerado grosero, sino que Víctor muy sinceramente le agradeció!
Inesperadamente, el abuelo Basilio sugirió:
—Víctor, ¿quieres hoy lavar los platos después de comer?
… Víctor quedó confundido. Quería, como de costumbre, decir alguna frase desagradable como: «¡Eso no me corresponde, yo soy el paciente! ¡Y además, deberían comprar un lavavajillas!»
… Pero —por alguna razón, no dijo nada de eso—…
El abuelo Basilio continuó hablando como si Víctor alegremente hubiera aceptado lavar los platos, las cucharas y la olla:
—¡Es muy importante para una persona, aprender a limpiar todo aquello que se encuentra fuera y dentro de sí mismo! En este caso, si los platos no se lavan, los restos de la comida se secarán. Y si entonces se comienza a usar, por ejemplo, un plato o una cuchara que no se lavó a tiempo, uno podría llegar a envenenarse. De igual manera, si uno acumula todo tipo de emociones desagradables y pensamientos sombríos dentro de sí mismo, estos —como los restos de la comida en mal estado— pueden adherirse al alma y dañar la salud y el bienestar propio.
»Pero si uno trata siempre de mantener todo limpio, ¡entonces la vida se vuelve muy interesante! Si tú quieres Víctor, yo puede enseñarte mucho sobre este tema.
… Víctor, hasta lavó la vajilla con placer. ¡Y al admirar la limpieza de los platos —esto repentinamente le trajo alegría y satisfacción—!
… A partir de este día, todo comenzó a cambiar en Víctor para mejor y con mayor celeridad.
El entrenamiento corporal diario en los aparatos especiales inventados por el abuelo Basilio y los ejercicios en el lago —también arrojaban sus resultados—. Víctor aún no podía caminar, pero sus músculos fortalecidos ya le permitían en muchos aspectos, manejar su cuerpo sin ayuda. Y por ello, se sentía cada vez menos débil, enfermo y miserable.
… Desde su llegada a la casa del abuelo Basilio, Víctor se negaba a levantarse temprano y no permitía que le despertasen.
Pero hoy, el propio Víctor se despertó cuando el amanecer apenas despuntaba.
Amiguete, sintiendo que Víctor le necesitaba, se dirigió hacia su habitación.
Él sabía muy hábilmente cómo abrir todas las puertas de la casa presionando con su pata en las manijas de las puertas. Pero antes no se hubiera atrevido con la habitación de Víctor.
Pero hoy, mostró su sonriente cara peluda a través de la puerta ligeramente abierta y preguntó con toda su expresión facial:
—¿Puedo entrar?
—¡Adelante! —susurró Víctor con entusiasmo.
Amiguete felizmente accedió a la invitación.
Víctor se vistió y luego fueron juntos al jardín.
¡Allí —todo estaba inmerso en la suave neblina de la mañana—!
¡En ese momento, los rayos del sol naciente comenzaron a brillar!
¡Los pájaros cantaban!
El espacio alrededor de la casa del abuelo Basilio estaba tan saturado con el aroma del Mundo Mágico que las aves siempre tenían ganas de cantar, y no solo en primavera o a principios del verano. ¡Llenaban el espacio circundante con sus maravillosas creaciones musicales, —música de prados, jardines y bosques—!
Víctor, esta vez les escuchó. Anteriormente, no prestaba atención a tales sonidos de la naturaleza y decía para sí: «algo chilla ahí en los arbustos»… ¡Pero ahora, —todo dentro de él se maravillaba con este sentimiento nuevo y anteriormente desconocido de pertenecer a esta gentil armonía natural—!
Asya, salió de la casa.
Bailó alegremente entre los árboles del jardín con el sol de la mañana, sin darse cuenta de que cuatro ojos atentos le observaban.
Entonces, Amiguete no pudo contenerse —y se apresuró a decir— «¡hola!». ¡Saltó alrededor de Asya esparciendo alegría en el espacio!
Asya vio a Víctor y se sorprendió mucho:
—¿Ya te has levantado? ¿Tan temprano?
—Sí, no podía dormir… ¿Y qué tipo de baile tonto era ese? —Víctor, trató así de ocultar su aún frágil alegría tras su frialdad habitual. Pero esta vez no le salió muy bien…
—¡Comienzo cada mañana así! ¡Mi abuelo me enseñó a celebrar el sol! ¡Se eleva —y despierta la felicidad en todos los seres—!
»¡Y tú también puedes dejar que esta alegría, luz y pureza entren dentro de ti!
»¡Y entonces —desde tu corazón espiritual— otorgar esa alegría a las aves, a los árboles, y a los pequeños mamíferos, y no solo a aquellos que ahora vemos a nuestro alrededor!
»¡La luz del amor puede ser enviada a grandes distancias! Y a partir de esto, ¡todo el día se vuelve bueno! ¿Quieres tratar?
—¡Aquí vamos otra vez! —murmuró Víctor, pero una vez más, no lo dijo tan enojado como de costumbre. Incluso, él quería también regocijarse y estar alegre al igual que Asya, pero se contuvo nuevamente «poniéndose la máscara» de hostilidad habitual del desafortunado paciente.
El abuelo Basilio salió al jardín y sugirió:
—¡Dado que hoy contamos con dos «pajarillos madrugadores», rieguen los jardines mientras preparo el desayuno!
Víctor, comenzó a bombear el agua, y Asya regaba las plantas con una manguera.
¡Los chorros de agua centellaban alegremente a la luz del sol y se convertían en rocío y llovizna radiante!
Luego se intercambiaron, ahora era Víctor quien regaba y Asya quien bombeaba el agua.
El abuelo Basilio les elogió por su trabajo.
Todos se reunieron para desayunar.
… Después del desayuno y un breve descanso, el abuelo Basilio les sugirió a ambos:
—¿Recuerdan cuando regaban el jardín y el agua corría por la manguera por la presión?
»Ahora, intentemos imaginar unas mangueras similares que llevan luz, que a su vez pueden combinarse con nuestras manos o pies, y que además tenemos una bomba en nuestros pechos. Y podemos “inhalar” aire-luz a través de una mano o un pie, y “exhalar” a través del otro. Luego —al contrario—. O, “inhalar” a través de la mano y “exhalar” a través del pie o la cabeza. ¡Pueden inventar muchas de esas combinaciones para que así, puedan limpiar el cuerpo por dentro y hacerlo más saludable!
»¡Esto te ayudará Víctor! ¡Inténtalo!
… Más tarde, todos fueron al lago.
En este día, Víctor logró pararse en el agua del lago, sumergiéndose hasta las clavículas. El agua abrazaba su cuerpo por todos lados y le sostenía. ¡Él sentía que estaba de pie sin ayuda! Sí, el agua le sostenía, pero, sin embargo, ¡sus piernas ya estaban empezando a trabajar y a obedecerle!
Se quedaron en el lago por mucho rato horneando en la fogata unas papas que habían traído de casa. Asya y Amiguete, encontraron algunos de los primeros hongos en el bosque: varios boletus de sombrero naranja, boletus amarillos y setas marrones. Y en los pinchos finos y limpios que el abuelo Basilio había hecho con las ramas rotas por el viento, comenzaron a rostizar los hongos sobre el fuego espolvoreándolos con una pizca de sal.
¡El almuerzo estuvo maravilloso!
Luego se sentaron por largo rato junto al fuego a la orilla del lago.
Víctor, que estaba muy cansado por los esfuerzos del día, incluso durmió un poco acostado junto al fuego. ¡Y se despertó —lleno de paz y de fuerza—!
Todo, adentro y alrededor de él —como por arte de magia— había cambiado. ¿Por qué? ¡Porque comenzó a cambiarse a sí mismo!