Capítulo 4:
El lago
Pronto, el abuelo Basilio le dijo a Asya:
—¡Vamos, te mostraré nuestro lago! ¡Vamos a nadar! ¡El agua ya está tibia; este año, la primavera llegó temprano!
—Pero… yo no sé nadar… —dijo Asya avergonzada.
—Bueno, entonces eso es lo que tenemos que hacer hoy, ¡aprender a nadar!
… El abuelo llamó a Amiguete y a Ronroneo —y salieron todos juntos para el lago—.
… Amiguete, un perro joven y peludo, se sintió inmediatamente feliz con la llegada de Asya, —la nueva residente de la casa—.
Ahora, se la pasaba siempre alrededor de Asya saltando y moviendo la cola con alegría e invitándola a jugar.
—¿Quieres hacer una carrera con Amiguete hasta el lago? ¡Él quiere! —dijo el abuelo.
Asya también quería. Corrieron alegremente adelantándose y deteniéndose ocasionalmente para recuperar el aliento y esperar por el abuelo y el gato Ronroneo que caminaban tranquilamente.
En el pasado, Amiguete solía invitar a Ronroneo a las jugarretas y a las carreras, pero al ser un gato tranquilo, este se cansaba rápidamente de toda esta diversión, y encontraba un sitio silencioso en alguna rama alta de un árbol.
¡Pero ahora —Amiguete tenía a Asya para poder jugar—!
¡Y el poder retozar y jugar juntos —trajo una inmensa alegría para ambos—!
Desde este día, todas las mañanas, Asya correría con Amiguete hasta el lago y tendrían un ritual matutino de lo más divertido.
… Ya llegados al lago, el abuelo Basilio enseñó a Asya a nadar.
Al principio, Asya tenía miedo…
Se puso tensa y se encogió del miedo, —y su cuerpo, comenzó a hundirse en el agua tan pronto el abuelo le retiró los brazos de apoyo—.
Entonces, el abuelo sugirió:
—Asya, trata de llevar más aire a tus pulmones y recuéstate en el agua boca abajo.
… Así se volvió interesante… Y Asya se olvidó de tener miedo.
Y cuando se puso de pie para tomar aire, el abuelo le dijo:
—¿Te diste cuenta que el agua mantiene flotando tu cuerpo si llenas tus pulmones de aire y no tienes miedo?
»¡Si no te encoges de miedo y no exhalas el aire de tus pulmones, entonces flotas fácilmente en la superficie del agua y puedes nadar! Pero si te asustas y te encoges de miedo —el cuerpo se hunde—.
… Después continuaron con esta conversación:
—A menudo sucede lo mismo en la vida cotidiana: ¡si tienes miedo, no todo funciona bien, pero si no tienes miedo, —entonces puedes sentir que Dios mismo te apoya y te lleva en Sus Manos—, y solo tienes que remar para llegar flotando a donde necesites!
—A veces tengo miedo de mi papá —admitió Asya—. Bueno, sé que él me quiere, pero, de todos modos, tengo miedo de hacer algo malo. Cuando está enojado, siento como «un peso encima» —y «me ahogo del miedo»—…
—No Asya, él no es quien hace esto, eres tú misma quien hace esto por tu propio miedo…
»Aquí —hoy aprendiste a no tener miedo en el agua—. ¡Y así, de la misma manera, muy pronto conquistaremos todos tus miedos! ¡Ya no tendrán lugar en tu vida!
… ¡Asya, aprendió a nadar y a permanecer sumergida bajo el agua en unos pocos días!
Luego, un día preguntó:
—Abuelo, ¿qué pasa si cuando mi papá venga empiezo a tener miedo otra vez por todo, y luego, cuando vuelva a casa, ya no pueda más ser valiente y vivir feliz de la forma en que lo hago cuando estoy aquí contigo?
—¿Es esto algo de lo que tienes miedo ahora?
—No lo sé. Pero ¿qué pasa si las cosas vuelven a ser cómo antes?
—¡Eso depende solo de ti, Asya!
… Luego, el abuelo le dio a Asya una muñeca tipo marioneta. Era una niña con divertidas trenzas de lino, los brazos y piernas de cuerda, y con las manos y las botas de madera. Al mover la cruceta, se podía dirigir fácilmente los movimientos de la muñeca, y entonces muy hábilmente podía esta caminar, bailar…
Asya, se acostumbró rápidamente a controlar su uso —y la muñeca comenzó a obedecerle—.
Y el abuelo le dijo:
—Mira, si aflojas todas las cuerdas, solo habrá un montón de trozos de madera y trapos inertes. Pero, si das dirección a la muñeca, entonces ella bailará o caminará como tú quieras.
»De la misma manera, en el humano, el alma puede dar dirección a su cuerpo y a sus emociones.
»Para esto, es necesario no solo halar de tus propias cuerdas, sino elevarte hasta tu corazón espiritual y nunca dejar de vivir en este, inclusive, aunque parezca que todo está saliendo mal alrededor.
… Y así, Asya estudiaba esta vida nueva y alegre. El Mundo Mágico invisible, se estaba volviendo más y más visible. E incluso a veces, a Asya le parecía que los rayos del sol en la neblina matutina, abrirían la entrada a ese Mundo. ¡O que el arco iris pasada la lluvia sobre las extensiones, era un puente hacia ahí!
… ¡Dos semana después, llegaron de visita los padres de Asya por el fin de semana y, cuando encontraron a su hija tan saludable y tan feliz —su felicidad no podía ser mayor—!