Capítulo uno:
El canto de las aves playeras
Asuntos de hace mucho tiempo,
leyendas de la antigüedad profunda…
(A.S. Pushkin)
¡El Conocimiento antiguo reaparecerá!
¡El amor volverá a ser la base de la vida!
¡Con el poder del arrepentimiento, —el dolor desaparecerá—!
¡Y la bondad y la paz prevalecerán!
Peresvet
Un monje, llamado en la tonsura con el nombre de Alejandro y apodado Peresvet, se hallaba de pie a la orilla del río temprano por la mañana.
¡La belleza de la primavera estaba por doquier!
Una suave niebla flotaba en esa maravillosa mañana sin viento…
Sus pensamientos estaban llenos de luz y alegría:
«¡Qué hermosa es esta extensión, esta belleza natural!
»¡La Dicha Divina se vierte en el espacio, en cada gota de niebla!
»¡Y en cada brizna de hierba —se halla el Amor de Dios—!
»¡Se pueden sentir las corrientes de Dicha! Fluyen como la niebla, brillando suave y gentilmente en los rayos del sol naciente.
»La Gracia de Dios está tanto dentro del corazón espiritual como afuera hasta donde alcanza la vista… Y aún más allá…
»¡Dios es Omnipresente! ¡En amaneceres como este, es tan fácil sentir esto en el transparente aliento de vida de la aurora que palpita por todas partes y se manifiesta en todo! ¡Tan solo necesitas calmarte y estar atento! ¡Y Dios entonces revela a tu alma —esta grandeza y esta maravilla—!
Desde los prados inundados se oía el canto de los zarapitos reales, también llamados limícolas esteparias. Los zarapitos reales son las más grandes de las aves playeras, aproximadamente del tamaño de un pollo grande, con picos largos y delgados doblados hacia abajo. Allí, en la llanura del río, llenos de júbilo hacían sus rituales de apareamiento primaverales. Y sus voces sonoras, los clics iridiscentes y los trinos gorgoteantes que se escuchaban desde el humedal junto al monasterio, flotaban en el aire transparente.
Sumados a estos, los cantos primaverales de otras aves inundaban la transparencia de la mañana.
… Peresvet ya no era joven. Una larga vida como noble héroe guerrero precedía sus votos monásticos.
Había pasado casi medio siglo desde que nació en una familia noble de boyardos.
Sus pensamientos fluían suavemente:
«Sí, he vivido muchos veranos, y he visto muchas primaveras…
»… En tiempos pasados, al escuchar el trinar de las aves costeras, solo habría pensado en una fácil cacería…
»¿Por qué antes no podía admirar sus cantos? ¡Muy al contrario, estaba dispuesto a interrumpir esta música maravillosa de vida de un flechazo!
»¿Por qué los buenos pensamientos usualmente no surgen en la persona por sí mismos? ¿Y por qué, el cuidado hacia los demás no se manifiesta natural y claramente desde el amor del corazón?
»¿Por qué la gente se pelea entre sí, se vengan, tratan de apoderarse de otras tierras, quieren subyugar a los otros para cobrarles tributos e impuestos?
»¡¿Por qué la gente no vive en paz entre esta belleza creada por Dios?! ¿Dónde se esconde la bestia malvada —en el hombre—? ¡¿Dónde se esconde la chispa de Dios que enciende el corazón y no permite que entre la amargura?!
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la llegada de Yégorkie, otro monje de la cofradía. Yégorkie, era un joven delgado que quería convertirse en iconógrafo… Su principal sueño era aprender a pintar íconos para cuando lograra —ver con su propia alma las Imágenes Divinas—, plasmar los Rostros de estas Almas Purísimas en sus íconos. Muchos en el monasterio creían que ya Peresvet tenía esta habilidad, aunque él no le contaba a casi nadie sobre sus visiones.
Yégorkie amaba las conversaciones con Peresvet, así como también realizar juntos en silencio las labores monásticas u otros trabajos necesarios.
A menudo, Yégorkie le pedía a Peresvet que le contara sobre su vida en el mundo, sobre su pasado militar. Después de todo, durante su juventud, muchos jóvenes sueñan con realizar hazañas heroicas y de valía. Y no solo en el campo espiritual, sino también en la vida terrenal, a muchas personas les gustaría volverse significativas.
Yégorkie, nació en un año de hambruna y creció enfermizo y débil… Vino al monasterio debido a la pobreza de su familia. No quería ser una carga para sus padres, tomando para sí una parte del pan que de otro modo se podría haber dado a sus hermanos y hermanas… Y cuando, a la luz de las velas, vio por primera vez el icono en el templo: ¡Fue como si un sentimiento del mundo desconocido del Altísimo llameara en su alma! La presencia de Dios tocó invisiblemente su corazón.
Peresvet estaba ayudando a Yégorkie, con la ayuda de Dios, a mejorar su salud. Todas las mañanas comenzó a verter agua fría del río sobre el cuerpo de Yégorkie. Y Yégorkie se volvía cada vez más saludable.
… Así, Peresvet esperaba por Yégorkie. Cuando llegó, fueron juntos al río. El agua estaba helada, el hielo se acababa de derretir. Más Peresvet sugirió entrar al río a bañarse.
Seguidamente se quitó la ropa, entró a las aguas gélidas transparentes, se zambulló de cabeza, y tras nadar por varios metros, emergió y le lanzó una mirada a Yégorkie.
Yégorkie, superó su miedo y también se metió en el agua. ¡Se zambulló de cabeza, y emergió respirando profundo —y brillando de alegría—! Seguidamente volvieron a la orilla.
Tras el baño, recogieron agua para las necesidades monásticas. Muchas veces subían la ladera con los baldes completamente llenos.
Yégorkie entró en calor y su piel se enrojeció.
Después de terminar la tarea, se sentaron en un montículo a descansar.
Y Yégorkie preguntó:
—¿Cómo supiste que el agua helada es un buen tratamiento contra las enfermedades?
—Bueno, la gente siempre ha sabido acerca de esto. Después de todo, la gente hace diferentes cocciones y el agua suele ser bendecida…
—Pero me refiero al agua helada ¿qué hay con ella? ¿Cómo supiste acerca de verterla sobre uno mismo y bañarse en ella?
—Esto ha sido conocido por la gente desde tiempos inmemoriales. Yo mismo lo experimenté, cuando en mi juventud casi muero por las heridas de batalla y mi cuerpo tardaba mucho en recuperar su antigua fuerza. Ahora tú también lo sabes y puedes ayudar a otros en esto.
—Por favor, cuéntame más… —dijo Yégorkie con reverencia.
—¡Luego! ¡Vayamos a cortar leña! Te contaré más cuando estemos descansando. ¡Pero ahora, —oremos—!…