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Conocimiento contemporáneo sobre Dios, la evolución y el significado de la vida humana.
Metodología del desarrollo espiritual.

 
Mi vida antes de conocer al Maestro
 

El Maestro/Mi vida antes de conocer al Maestro


Mi vida antes de conocer al Maestro

Mirando hacia atrás, desde esta vida nueva en la pureza que Tú me has dado o que has recuperado para mí, ¿qué es lo veo?

Un vagar indefenso en la oscuridad, una búsqueda persistente y dolorosa de la Verdad, la búsqueda de una salida al estancamiento en la propia ignorancia y los errores compulsivamente repetidos… Veo una mentira que logró penetrar profundamente en mi esencia, impregnándome en todos los aspectos… ¡Veo un anhelo, una urgente necesidad de limpiar esa mentira! ¡Limpiarla —a cualquier costo, por todos los medios necesarios—! ¡Para que permanezca —solo lo esencial—! ¡Y, después de todo, necesito entender, qué —en mi vida, en mí— es lo esencial!

¡Lo que escribo, es mi forma de expresarte a Ti mi gratitud! ¡Aunque sé, que la expresión adecuada de mi amor y mi gratitud, no deben ser las palabras, sino mi vida misma, la cual viviré, cumpliendo todo lo que Tú me enseñaste!

* * *

Recuerdo que cuando niña, me sentía como una triste criatura inútil que había caído por error en esa, mi familia, entre esas personas. Y sentía que: ¡«yo no debería estar aquí»!

Mis padres, ambos de familias «disfuncionales», quienes tenían sus propios problemas, «enfrentaron la vida» lo mejor que pudieron. Y me dieron lo mejor que pudieron. No fue su culpa que no fuera lo que yo necesitaba. Lo que necesitaba, no podían dármelo porque ellos mismos no podían amar. ¿Pero cuántos pueden?

Al sentir agudamente en las personas, su dolor y sus males, en cierto momento, comencé a percibir toda la vida humana como un desastre del cual era necesario rescatar a otros y, escaparme yo misma.

Pero esto fue consecuencia de malentender las leyes por las cuales se organiza el universo.

En particular, ¡«lo que siembras, es lo que cosechas»! ¿Y acaso hemos sembrado correctamente, si cosechamos dolor como resultado?…

En mi niñez, a la edad de cinco años, tuve un incidente que probablemente predeterminó mi vida futura. Nuestra vecina, una mujer anciana, estaba cocinando algo en la cocina y salió al patio dejando la sartén al fuego. O la puerta se cerró de golpe, o su nieta Yulka de dos años, jugando, cerró desde adentro con el pestillo, —y la abuela, no pudo volver a entrar a la casa—. El contenido de la sartén empezó a arder y la cocina y poco a poco toda la casa, se llenó de humo.

Nuestras abuelas, —mía y de Yulka—, encontraron la siguiente salida a la situación: yo, que era del tamaño adecuado, sería metida a través del panel batiente de una ventana de la casa y abriría la puerta desde adentro.

Recuerdo mi cuerpo hundiéndose hacia adelante en busca de un punto de apoyo en esa incertidumbre aterradora. Esto pareció durar una eternidad. Me golpeé con algo. Debía ser el descanso de la ventana. Después, la penumbra de una habitación desconocida, un humo espeso. La cocina, y luego el corredor, donde por el humo era imposible respirar o ver nada. Mis manos temblorosas buscando el pestillo de la puerta, —otra eternidad—…

Finalmente encontré el pestillo, la puerta se abre y me tropiezo con el resplandor cegador de un día soleado. ¡La luz —de hojas amarillas, cielo azul y sol—! ¡El aire fresco y vivo! ¡Y pude respirar! ¡Y pude —ver—!

Desde entonces, innumerables veces, he tenido que caer en una especie de desesperación una y otra vez, buscando frenéticamente una forma de salir de ella. Incluso parece que yo misma me metía a propósito en tales situaciones. ¡Y tan solo recientemente, y ya tengo 37 años, comencé a sentir que esto ya era demasiado para una sola persona! ¡Era demasiado para mí! ¡Yo no podía hacer esto sola! ¡Necesitaba ayuda!

Y había una salida. ¡Y no estaba sola! ¡Y nunca más —lo estaré —!

* * *

Me enseñaron a leer desde muy temprano. Y los libros se han convertido en todo para mí: amigos, maestros y, a menudo, un refugio. Una de las características de mi carácter es un deseo insaciable de aprender, de aprender cosas nuevas. De ahí la impaciencia por entrar rápido a la escuela, a la secundaria, y luego a la llamada vida adulta. Y esta impaciente aspiración mía se vio hecha pedazos por la realidad, tanto en la escuela y mis estudios como en el trabajo. ¡Pronto me di cuenta de que enseñaban lo incorrecto, que todo andaba mal y al contrario de como debería ser!

¿Pero dónde encontrar la realidad? ¿Y cómo vivir posteriormente?

… En los años escolares, cada verano nuestra familia la pasaba en el campo, en una casa rural a orillas de un gran río. El viento en mi cabello al andar en bicicleta, el oleaje del mar de briznas de hierba en la estepa que —no importaba por cuánto tiempo lo mirara— nunca me era suficiente, el agua limpia y deliciosa del pozo, los atardeceres tranquilos, el cielo en todas partes —arriba y reflejado en el río—. Todo esto me llevó a entender, ya en esos años de mi infancia, que esa —era la vida real—. Y cada vez se me hacía insoportable cuando parecía terminar y era necesario regresar a la ciudad para el comienzo del siguiente año escolar.

Fue en medio del alcance y la libertad de la infancia que lo que se puede llamar la capacidad de sentir a Dios nació en mí. Pero, todos los adultos a mi alrededor estaban lejos de ser religiosos. Y yo, siendo de naturaleza reservada, no me atreví a preguntarles al respecto. Por lo tanto —no tuve— una imagen clara acerca de: ¿Qué es Dios? ¿Dónde se encuentra? ¿Qué es lo que quiere de mí? Solo tenía la certeza de que Él, por supuesto existía, y por lo tanto, era una vergüenza actuar incorrectamente.

Encontré la oración «Padre Nuestro» en una revista, la corté en secreto y la guardé bajo mi almohada hasta que me la aprendí de memoria. Por alguna razón, me parecía que todo lo relacionado con Dios debía ser un secreto.

Pero, ¿entendía yo algo de «Padre nuestro que estas en el cielo…» o «…danos nuestro pan de cada día…»? ¿No era más apropiado que una niña escuchara el silencio de la tarde, admirara la niebla del amanecer sobre el río, o respirara el aroma de las acacias en flor?…

Todo fue importante. Como también lo fue la sensación de que esas palabras, aunque incomprensibles, eran correctas y buenas, y necesitan ser recordadas y apreciadas de corazón. En el futuro, este sentimiento me ayudó más de una vez a no permitirme pasar por alto las buenas palabras, libros y personas, incluso si al principio no entendía algo y no estaba de acuerdo.

Después de graduarme, dejé la casa de mis padres y la ciudad —para seguir estudiando—. En la libertad que cayó sobre mí y entre la variedad de opciones y oportunidades, —elegí quedarme con el periodismo—. En ese momento, me parecía que existía tal injusticia y dolor porque todos vivían enfrentando sus problemas solos, sin comunicación. Pero, si la mayor cantidad de gente posible era correctamente informada, ya no estarían tan aislados y definitivamente recibirían ayuda…

Trabajando primero para un periódico y luego como reportera en un programa de noticias de televisión, crecí rodeada de historias de desgracias humanas que se volvieron como una bola de nieve que se hacía más y más grande, aumentando de velocidad y alejándome de mi objetivo primario de ayudar a las personas. En mi rutina diaria de ceguera y estupefacción, no notaba en absoluto, que lo que hacía era muy superficial y que los problemas no disminuían. Si llegaba a ser capaz de ayudar a alguien, entonces esta ayuda era momentánea, situacional, y nada fundamental en la vida de la persona cambiaba.

Me llevó casi diez años entender lo obvio, —que hablar sobre ayudar y ayudar— son dos cosas totalmente diferentes. Es como hablar sobre la vida, sin realmente saber sobre ella. Ya no podía continuar con la profesión que elegí tan precipitadamente. Y abandoné todo para —finalmente— tratar de descubrir, ¿qué era la vida?

Después de haber probado diferentes actividades, me quedé con la enseñanza de lenguas extranjeras para niños y adultos. Fue en la interacción con los niños que logré encontrar algo real, vivo y sincero que brindaba satisfacción y alegría. Y aunque constantemente tenía reflexiones tales como: «¿Quién soy yo para enseñar? ¿Qué puedo yo enseñarles? ¿Qué sé yo misma?» —el trabajo tenía sentido—. ¡Yo podía ver los resultados! Además, la comunicación regular a largo plazo con los niños y su entorno cercano, me enseñaron a entender mejor a las personas. Aprendí, que la mayoría de las veces, las causas de los problemas y desgracias de uno están en uno mismo, en las acciones propias. Y hasta que uno mismo entienda esto y se transforme, nadie puede ayudarle.

En cuanto a lo principal, —la búsqueda de Dios— no fui muy original y comencé a buscarle en la iglesia ortodoxa. Al ser parte de una familia cuyos parientes no estaban adheridos a la tradición de la iglesia, traté de comunicarme en mis años de estudiante, con aquellos compañeros y colegas que formaban parte de la situación opuesta. Eran estos los que se llaman a sí mismos «creyentes» y habían sido criados en las tradiciones de la iglesia desde su infancia. Traté de pasar el mayor tiempo posible con esas personas, observando sus vidas, tratando de aprender de ellas y de comprender aquello que yo pensaba que ellos entendían.

Y esto fue lo que entendí: ¡esos «creyentes» no conocen a Dios! ¡Y ellos, al igual que yo, no tenían respuestas para las preguntas principales de la vida! Vivían como todos los demás, ya sea que se llamen a sí mismos cristianos o no. La única diferencia era que los «creyentes» iban a la iglesia los domingos y días festivos, y que algunas veces ayunaban. Pero todo esto estaba, por así decirlo, separado de la vida cotidiana, en algún lugar lejos de esta, y el porqué de esto era realmente incomprensible para mí. Por lo tanto viví durante algún tiempo creyendo que debía ser así y que no había necesidad de nada más…

¡Pero pronto, tuve necesidad de algo más, —algo así como aire—! Y esta necesidad me llevó aún más lejos.

La experiencia de los sacramentos y, a veces, incluso las oraciones en casa, permitían a mi alma tocar estados superiores, estados sorprendentes que excedían mi capacidad de sostenerlos. Y, aunque no pude mantener estos estados durante mucho tiempo, me hicieron posible sentir la realidad de la existencia de Dios y no me permitieron detenerme.

Por ello, me siento agradecida con la ortodoxia, aunque en algún momento, se me hizo evidente que en su forma moderna, solo nos aleja de la Verdad, ocultando las Enseñanzas de Jesús detrás de un cúmulo de palabras oscuras a menudo contradictorias, extraños ritos, reglas y supersticiones. Y —deja sin respuesta— preguntas que son claves para cualquier concepto religioso.

«Ama a tus enemigos» (Mateo 5:44). ¿Pero cómo aprender a hacer esto? ¡Después de todo, incluso amar a los vecinos no es tarea fácil!

«Sé perfecto como tu Padre Celestial es perfecto» (Mateo 5:48). ¿Pero acaso es esto alcanzable? Y lo más importante, ¿cómo lograrlo? Además, la iglesia llama —orgullo— al deseo del hombre de ser mejor…

«Tu Padre…» entonces, ¿Él también es mi Padre? Y, «Yo y el Padre somos Uno» (Juan 10:30) ¿también es posible para mí? Y de nuevo, ¿cómo?

Y lo más importante, ¿Quién es este Padre? ¿Y dónde encontrarle? ¿Y qué significan estas palabras: Hijo, Espíritu Santo, Resurrección? ¿Cuál es el significado de la vida humana si tan solo una cosa nos espera a todos, —la muerte del cuerpo—? ¿Y qué pasa con la persona después? ¡No hay respuestas inteligibles en la ortodoxia!

También me daba vergüenza la fórmula propuesta por la iglesia para comunicarse con Dios, —siempre pidiendo algo—: «¡Dame esto, Señor!», «¡Señor, ten piedad!». ¡Pero yo quería aprender a ver a Dios y entenderle personalmente! Pero de nuevo, ¿cómo? Sin estas respuestas, la religión es simplemente un conjunto de ritos de magia protectora… Y, probablemente, la mayoría de las personas se adhieren a estos rituales religiosos precisamente para aminorar el miedo a vivir y a morir…

¿Por qué debería vivir, trabajar, aprender? ¿Por qué traer niños a la vida si ellos, como yo, están condenados a solo una cosa, —esperar la muerte—? Y, desafortunadamente, muchas personas llegan al final en tales conclusiones, abandonando la vida sin más… Solo por una feliz coincidencia, no me convertí en uno de ellos. Y tal vez también porque mi alma siempre supo que —no puede ser que no haya respuestas a estas preguntas—, ¡simplemente es que no puedo encontrarlas en este momento!

¡Fuiste Tú quien encontró estas respuestas para mí y para todos!

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