Las lecciones de Pitágoras/Capítulo dos: El escape
Capítulo dos:
El escape
Por la noche, la guardia del campamento fue reemplazada. Muchos de los soldados que acababan de entrar a la guardia aún estaban bajo la influencia de la festividad.
La mayoría de los persas continuaron festejando hasta que muchos de ellos se quedaron dormidos, sumergidos en la pérdida de conciencia del cuerpo que trae el exceso de vino y de comida.
Luego de que los demás cautivos también se durmieran, Hamilcar se acercó a Pitágoras y le habló en voz baja:
—¡Griego, escúchame! Esta noche podríamos escapar del cautiverio. Esta es una muy buena oportunidad que podría no darse otra vez.
»¿Anhelas tu libertad, cierto? ¿O estás listo para pasar toda tu vida entre estos tipos dóciles como el ganado, esclavizado por los persas?
»¡Tú eres fuerte y fornido como Apolo y yo como Hércules! Puedes ver que soy realmente fuerte. Juntos nos será más fácil escapar y sobrevivir en el desierto. Tengo una daga. Si damos muerte a esos dos guardias de ahí, podríamos quedar libres.
—Sí, puedo ver tu fuerza. ¡Sin embargo también puedo ver tu debilidad, Hamilcar!
—No sé a qué te refieres. Pero lo hablamos luego. Ahora es un muy buen momento. Conozco esta zona y no nos vamos a perder. Después podríamos ir a tu país. No quiero ser esclavo del rey de los persas. ¡Por muchos años me hice de sabiduría —y no voy a gastar mi vida como un siervo inútil—! ¡Conozco la magia! ¡Y tú también fuiste capturado en el templo! ¡Así que también recibiste las iniciaciones y el conocimiento —y no para terminar como esclavo—!
—Hamilcar, ¡yo soy libre! ¡Yo permanezco libre no importa donde esté! ¡Nadie puede esclavizarme! ¡Y tú no deberías huir de tu destino, ya que de cualquier forma te alcanzará!
»¡Y te llegará definitivamente —si no es en esta vida, en tu próxima vida—! ¡Así que es mejor encarar tu destino y aceptar este regalo que el destino preparó para ti! ¡Si estás preparado para aceptar —entonces muchas cosas se abrirán ante ti—! Tú y yo no deberíamos huir hoy. ¡Hay otras formas de ganarse la libertad!
»¡Ni tú ni yo seremos esclavos, no importa lo que los persas hagan con nuestros cuerpos! Pero hay una diferencia entre nosotros dos en este momento: tú estás listo para tomar la vida de alguien para obtener tu propia libertad, y yo —no—. ¡No deseo obtener mi libertad a costa de la vida de otro ser! ¡Mientras tanto, permaneceré aquí —y te invito a hacer lo mismo—! ¡Piensa en ello!
—¡No me entendiste, una oportunidad como la que tenemos ahora puede que no llegue otra vez en un largo tiempo! Si no quieres unirte a mí —bien, me escaparé solo—. Si cambias de parecer, hazme saber. Aun tienes unas dos horas para pensar. ¡Después de todo, no hace falta dar muerte a los guardias, puedes simplemente lanzarles un hechizo —si es que sabes cómo hacerlo y si es que darles muerte te molesta—! Piénsalo, ¡será más fácil para dos de nosotros desarmarlos y escapar sin que nos persigan!
—¡No serás capaz de escapar de tu destino, Hamilcar de Cartago!…
—¡Ya veremos! ¡Adiós, griego!
—¡Nos vemos luego, fenicio!
… Esa noche Hamilcar inició su escape sin dar muerte a los guardias. Los aturdió con su pesado puño y se hizo con sus armas.
Pero no tuvo suerte ya que fue descubierto por otros guardias cuando casi había desaparecido.
Estos dieron la señal de alerta y la persecución comenzó. El fenicio fue alcanzado y se enfrascó en lucha contra muchos persas armados, hasta que fue seriamente herido. Su cuerpo fue arrastrado hasta el fuego para mostrarles a los otros prisioneros como castigarían a quien osara escapar. Así, los guardias estaban por darle muerte a Hamilcar en frente de todos los demás.
Pero Pitágoras interfirió:
—¡Manténganlo con vida! ¡Ya que ustedes no serán perdonados por la muerte de tan preciado sacerdote!
… Pitágoras dijo esto, no como uno de los cautivos, sino como quien estuviera a cargo de la guardia. E inesperadamente —le obedecieron—.
Sin embargo, uno de los guardias trató de discutir:
—Pero está muy mal herido y lo más probable es que muera. Y, ¿vas tú a cargarlo en tu espalda, griego? ¡No sobrevivirá más de un día de viaje! ¿O es que acaso ordenarás que lo pongamos en una camilla?
—¡Él no morirá! ¡En la mañana estará mejor y será capaz de caminar por sí solo! ¡Tráiganlo aquí!
… Los guardias miraron al griego con desconcierto y cautela, y pasaron a colocar al hombre herido donde Pitágoras señaló. Obedecieron sus instrucciones sin cuestionar, y sin siquiera entender por qué lo hacían.
—Tenías razón, griego, mi escape resultó un desastre… —El fenicio soportaba el dolor y esperaba la muerte con la serenidad inherente a aquellos que poseen una gran fuerza de alma.
—Hoy no morirás. ¡Yo te ayudaré!
Pitágoras se inclinó sobre el herido Hamilcar. Esta era la primera vez que él realizaba esta clase de sanación en la práctica. Pero confiaba totalmente en lo que los Dioses le dijeron: que el fenicio sería capaz de aprender todo lo que Pitágoras sabía. Y que este fenicio se convertiría en su compañero y amigo. ¡Así que no debería, ni podía morir ahora!
… El alto sacerdote que le había enseñado a Pitágoras, le contó las leyendas acerca de cómo en tiempos antiguos, las personas enfermas eran curadas a través del uso de una varita mágica que conducía el Poder Divino hacia el cuerpo del paciente. Más Pitágoras no contaba con nada parecido. Pero sí sabía de parte de los Maestros Divinos no encarnados con Quienes estaba completando sus estudios —que el cuerpo humano por sí solo puede ser conductor del Gran Poder Divino—. Y que el uso de objetos mágicos en épocas pasadas, solo era muestra de la degradación de la habilidad para usar el Poder Divino a través del propio cuerpo —como una conciencia—.
La más brillante Luz, que podía ahora ser vista por Pitágoras al sumergirse en la Gran Unión con el Poder Creativo, estaba lista para ser derramada a través de su cuerpo. Evitando mezclar sus propios pensamientos, Pitágoras dejó que el Poder Divino fluyera a través de sí, abriéndose paso hacia el cuerpo de Hamilcar. De esta forma, logró Pitágoras restaurar la integridad de los canales energéticos y de los órganos del cuerpo de Hamilcar que habían sido dañados.
Los guardias observaban desde muy lejos las acciones incomprensibles del griego.
… A la mañana siguiente, Hamilcar no solo estaba vivo, sino que también era capaz de caminar por sí mismo, y muchos susurraban y hablaban acerca de lo sucedido. Quienes se habían enterado del acontecimiento, ¡trataban de no acercársele al griego, por si acaso!… ¡De hecho, quedó claro que este griego era un mago muy poderoso!