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Conocimiento contemporáneo sobre Dios, la evolución y el significado de la vida humana.
Metodología del desarrollo espiritual.

 
Sobre el valor del tiempo
 

Sobre el Camino y los viajeros/Sobre el valor del tiempo


Sobre el valor del tiempo

Había pasado un año desde que los jóvenes comenzaron a vivir en la casa del Maestro.

El día típico pasaba de la siguiente manera:

Se levantaban al amanecer. Después de los procedimientos higiénicos y un ligero desayuno, dedicaban tiempo al trabajo espiritual. Algunas veces este trabajo incluía lecciones del Maestro o de uno de los discípulos avanzados. El resto de la mañana, los discípulos practicaban por sí mismos, repitiendo las indicaciones que previamente habían recibido del Maestro.

Por la tarde, solían trabajar en el jardín o leer y reescribir libros.

Algunos de los discípulos que venían hasta el Maestro desde otros países, aprovechaban la tarde para traducir los textos a sus idiomas nativos.

A nuestros jóvenes al principio les gustaba mucho esta vida en la casa del Maestro. Se llenaron de deleite al sentir los primeros toques del Amor Divino, que lograron captar a partir de la realización de sencillos ejercicios iniciales para abrir el corazón espiritual.

¡Así, al comienzo, siguieron todo con inspiración! Pero, luego… empezaron a volverse perezosos. Después de todo, las personas rápidamente se acostumbran a las cosas buenas… Y a veces sucede que las cosas buenas de la vida se vuelven repetitivas —y dejan de ser apreciadas—.

Cuando todos los demás discípulos iban a sus habitaciones para realizar las meditaciones diarias, nuestros jóvenes, a veces preferían dormir. ¡Y nadie les reprendía por ello, o comprobaban si estaban realizando sus ejercicios!

¡Y a veces, uno de nuestros jóvenes alardeaba de sus imaginarios logros en las meditaciones —para mostrarse exitoso ante los demás—!

Cuando todos trabajaban en el jardín o en la cocina, a veces sucedía que este trabajo no les parecía «suficientemente espiritual». Solo fingían hacerlo, se cansaban rápidamente, y en lo posible evitaban hacerlo. ¡Para ellos, esto pasó a ser un «trabajo sucio» que no era digno para los «ascetas espirituales»!

Así, dieron por sentado que tenían comida nutritiva y refugio. ¡Y se olvidaron de ser agradecidos y de lo que es la gratitud en general!

El Maestro los miraba con tristeza, pero no se apresuró a amonestarlos. ¡Después de todo, entendía muy bien que el bien que se hace por obligación —no beneficia al alma—!

El Maestro a veces lavaba los platos Él mismo después de una comida común o se encargaba de fertilizar la huerta y desenterrar los vegetales, cuando los jóvenes fingían estar muy ocupados con asuntos más importantes…

El Maestro esperaba el momento oportuno para explicarles cuán triste se vuelve el destino de aquellos que detenían su desarrollo espiritual debido a la pereza y al narcisismo, y para quienes cesaban de esforzarse por transformarse a sí mismos en almas resplandecientes de amor.

Después de todo, si una persona no realiza las tareas cotidianas de la vida con bondad o las hace con desgana y mala voluntad, entonces ¿de qué tipo de trabajo espiritual sobre sí mismo podemos hablar?

Los jóvenes a veces se avergonzaban ante las miradas de desaprobación del Maestro, pero no se apresuraron a buscar dentro de sí mismos la causa de Su descontento.

El aburrimiento comenzó a aparecer en sus vidas ante la saciedad con el bienestar y ante la extinción de su amor…

* * *

En uno de esos días, cuando los jóvenes eran especialmente propensos a la pereza, un anciano llegó a la casa del Maestro.

Caminaba encorvado, moviendo pesadamente sus piernas, como si la carga de sus muchos años de vida y los problemas y desengaños propios lo doblegaran hasta el suelo.

Este hombre no había logrado mucho, y lo que poco que logró en su vida, se convirtió en un montón de nuevas preocupaciones que no le trajeron felicidad.

Mirando al anciano, uno de los discípulos del Maestro le dijo a los jóvenes:

«Sí, por lo general, solo cuando la vida de uno está a punto de terminarse, es cuando la gente empieza a pensar que no ha vivido su vida como debería. Pero, para ese entonces, ya es demasiado tarde. Hoy, este anciano ha acudido al Maestro en busca de consejo y ayuda, pero ¿qué se puede hacer cuando “la muerte ya está llamando a su puerta”? ¡Traten de ver cuán triste es esto —y regocíjense de que todavía tienen fuerzas y tiempo—!»

El Maestro habló con el anciano por largo tiempo, y cuando el huésped se fue después de la conversación, sus ojos brillaban con esperanza. Incluso su andar se hizo más fácil, hasta se enderezó como si hubiera logrado perder esa carga que lo había estado inclinando hacia el suelo, el mismo suelo en el que pronto descansaría su cuerpo.

—Díganos por favor Maestro, ¿qué le dijo al anciano? —preguntaron los discípulos sorprendidos por el cambio producido en el visitante.

El Maestro invitó a todos los interesados en esta conversación a discutir el tema:

—El desánimo es a menudo inherente a la vejez. En la vejez, una persona no puede autoconsolarse con esperanzas para el futuro, porque ese «futuro» ya está aquí, y es el resultado de la manera en que tal persona vivió su vida. Y, como la gente por lo general no sabe qué es lo que le espera tras la muerte del cuerpo, —viven con angustia esta etapa de sus vidas—.

»En la vejez, una persona ya no puede consolarse diciéndose: “¡Ah, no hay problema, todavía me queda tiempo para hacer esto, después lo atiendo!”. Y a esto se le suman las enfermedades y dolencias corporales que hacen todo más difícil…

—Nosotros pensamos que el anciano ya no podía ser ayudado. ¡Pero pareciera que usted —resucitó la juventud y la esperanza en él—! ¿Qué le dijo, Maestro?

—El miedo a lo desconocido tras la muerte del cuerpo, hace que tanto jóvenes como adultos traten de no pensar en la inevitabilidad de su propia muerte. Y cuando la muerte le ocurre a alguien cercano a ellos, tratan entonces de alejar los pensamientos de muerte para tratar de seguir viviendo tranquilos, diciéndose: “Fuera. Fuera. A mí esto no me sucederá ahora, sino mucho después o tal vez nunca”… tratando de consolarse a sí mismos.

»Además, habiendo ya perdido toda esperanza para el futuro, las personas comienzan a atormentarse con su pasado, culpándose a sí mismos o a los demás de “lo mal que ha resultado todo”…

»La tristeza y el desánimo les hacen malgastar en vano el poco tiempo que les queda, perdiendo así hasta las últimas fuerzas en estas emociones negativas.

»Para cada persona, joven o anciana, el lema de vida debería ser: ¡No tengo tiempo para perder en mi vida, ni para estar ocioso, ni para la pereza, ni para el desánimo, ni para las preocupaciones vanas sin sentido!

»Igualmente, la muerte del cuerpo no solo llega en la vejez, puede suceder en cualquier momento. Por lo que cada día debería ser “precioso” y lleno de alegría por la transformación espiritual propia y las buenas obras que uno hace por los demás.

»Tales obras, a primera vista pueden parecer pequeñas y simples —y no siempre se relacionan con la meditación—. Si una obra que ayude a los demás es hecha con amor, entonces esto ya es una ¡gran bendición para la favorable formación del destino propio! En tales casos, esa persona también crea un espacio de amor, paz, alegría y armonía a su alrededor. ¡Todos los seres que nos rodean lo sienten, incluso si no entienden la razón por la que se sienten bien! Y los frutos del trabajo de tal persona llevan partículas de la energía del amor dentro de sí mismos. ¡Pueden compararse con los frutos del reino vegetal, que están saturados de luz solar!

»Siempre hay ante nosotros —oportunidades factibles para transformar el alma de uno mismo—.

»Eso es lo que traté de transmitirle al anciano. También le dije que más allá del umbral de la muerte del cuerpo —el alma no muere—. Y que las intenciones rectas, el deseo de no hacer daño, y el dedicarse tan solo a hacer buenas obras —incluso en los últimos días de nuestra vida—, cambian la existencia póstuma y mejoran el destino propio para la próxima vida terrenal.

»Hemos tenido muchas conversaciones sobre la formación de nuestros destinos.

»Y aquí debemos entender que la aspiración consciente a Dios, al Bien y a la Luz —incluso al final de nuestra vida— puede ser muy significativa, ayudando a una persona a comprender cómo construir su vida en este preciso momento!

»Ya mismo, ahora y siempre se puede empezar a vivir en el “momento presente” y tratar de usar cada momento de la vida de manera productiva, independiente de cuántos de esos momentos nos queden por delante —sean muchos o pocos—.

»¡Es importante para cada uno de nosotros hacer lo mejor que podamos —ahora mismo—! ¡Debemos hacer esto con alegría y plena dedicación, invirtiendo amor y poder del alma en la creación de armonía, paz, belleza, pureza, bondad y sabiduría!

»¡Esto es apropiado tanto en las grandes obras como en las obras que parecen ser muy pequeñas a simple vista! Incluso con nuestras emociones —que son nuestros estados como almas— creamos lo que damos a este mundo y a todos los seres que nos rodean. Creamos y damos un espacio de alegría y armonía —o de angustia, descontento, condena y celos—.

»¡Siempre depende de nosotros!

»¡Y todo lo que hagamos es conocido por Dios!

»¿Alguna vez han prestado atención al hecho de que la senilidad, la depresión, la pereza, la falta de voluntad, y otras manifestaciones por el estilo comienzan aún antes de que la materia de nuestros cuerpos envejezca?

»A veces, incluso a una edad muy temprana, hay un alto en el desarrollo del alma. Después de haber completado los estudios en la escuela, haber creado una familia, haber ganado una “cierta posición social”, o imaginándose ser ya un exitoso “asceta espiritual” —las personas muy a menudo dejan de desarrollarse— perdiendo el propósito en la vida y viviendo sólo “por inercia”. Este es el comienzo de la vejez.

»Cuando la velocidad del desarrollo del alma se desvanece —pasa el cuerpo a envejecer antes de tiempo—.

»También hay ejemplos opuestos, en los que la intensidad de la vida espiritual no se detiene aun cuando ha llegado el tiempo de la muerte del cuerpo. Ha habido científicos y médicos quienes, incluso cuando sus cuerpos estaban muriendo, monitorearon lo que les estaba pasando, y trataron de registrar esta experiencia en beneficio de las demás personas.

»Ante Dios: es meritorio compartir la sabiduría y el amor que habitan en uno con los demás. ¡Si se vive la vida de esa manera, —la vejez y la muerte del cuerpo ya no te asustan—!

»¡Y particularmente tiene sentido desarrollar los tesoros del alma que la muerte no puede destruir! Porque precisamente el alma humana se compone de estas cualidades: ¡Amor, Sabiduría, Pureza y Energía!

Esa noche, nuestros jóvenes se acercaron al Maestro y arrepentidos le comentaron todo lo que habían entendido sobre sus propios vicios ese día.

—¡Por favor perdónenos!

»¡Parece que rápidamente nos acostumbramos a las cosas buenas de aquí y dejamos de apreciar lo que recibimos de Usted!

»¡Qué fácilmente nos olvidamos de la alegría de trabajar por el bien de los demás!

»Cuán fácilmente la ejecución habitual de los ejercicios nos privó de las emociones de amor por Dios!

»¡Cuán imperceptiblemente, comenzamos a realizar las meditaciones únicamente para estar orgullosos de nuestras habilidades!

»¡Intentaremos mejorar!

—Me alegro, es muy bueno que ustedes mismos lo comprendieran sin recibir Mis reproches o los “golpes del destino” con los que Dios nos recuerda el valor de la vida encarnada y la importancia del amor del corazón, sin el cual, hasta la “más próspera de las vidas” —estará vacía y no tendrá mayor significado—… ¡Porque en tales casos, incluso hasta las técnicas de meditación no serán útiles, sino que simplemente pasarán a alimentar el egocentrismo y el engreimiento!

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