El Evangelio de Marta/Capítulo 4. La Resurrección de Lázaro
Capítulo 4.
La Resurrección de Lázaro
¡Ahora yo sabía con certeza que Jesús era Divino y que todo lo que Él enseñaba era verdad!
Sin embargo, esto inesperadamente me sumo algunos problemas…
Comencé en ciertas ocasiones a temer de Jesús: me asustaba la idea de que Él viera todos mis defectos y conociera todos mis pensamientos pecaminosos…
Cuando por primera vez pensé sobre el hecho de que Dios sabe todo acerca de cada persona en todo momento, —no parecía esto ser de ninguna dificultad para mi vida—… Pero, al estar un Maestro Divino cerca, y yo misma, no controlar la irritación, los pensamientos vanos, no elegir lo Divino… Y además que Él vea todo esto…
Aún no era yo capaz de vivir en el corazón espiritual todo el tiempo, y malos pensamientos a menudo se deslizaban en mi cabeza, como moscas que buscan la miel.
Aun sabiendo que estaba pecando, a veces permitía que la envidia e incluso el desaliento me invadieran…
Pensé en cuán afortunada era María al estar siempre con Jesús, porque Él la había elegido y la amaba… Desde la niñez, siempre pensé que María era más bonita que yo: más esbelta, más agraciada… Y que ella siempre recibía mucha más atención y más amor que yo… ¡Y yo también quería experimentar el amor, en el cual, veía vivir a María! ¡Ahora, ella siempre estaba radiante como un sol apacible! ¡Y este amor ella derramaba no sólo sobre Jesús, sino sobre todo y todos alrededor!
Y entonces, por momentos, pensaba tristemente que yo ya estaba un poco vieja y que era tiempo de casarme e iniciar una familia… Y soñaba con que, por ejemplo, Andrés —repentinamente— se enamorara de mí… Y que él viviría en nuestra casa… Y que él sería mi esposo…
Entendí que esto no pasaría: Andrés no abandonaría a Jesús y no viviría una «vida normal»: como la que Lázaro y yo habíamos estado viviendo hasta ese momento.
Ú, otras veces, por soledad y preocupaciones vanas, o por el entendimiento de mis pecados ante Dios, —caía en desesperación e incluso lloraba por momentos de impotencia y autocompasión—…
Continué viviendo como antes… Aunque ahora ya sabía que podía vivir de una manera diferente…
¡Estaba avergonzada de esto —pero no había nada que yo pudiera hacer al respecto—!…
Por supuesto, trataba de arrepentirme, de mantener mis pensamientos en Dios… Pero esto sólo me ayudaba por un rato…
Sólo a veces sucedía que podía sumergirme en la morada del corazón y sentir a Dios por breves momentos… Y entonces, los malos pensamientos me dejaban, —y yo me llenaba de felicidad, alegría, y de la esperanza de que todo terminaría bien para mí—…
¡En tales momentos, me olvidaba de todo lo malo por un rato —y era esto tan bueno y grato—!
Pero más a menudo, me sentía infeliz y sin esperanza…
En lugar de agradecer a Dios por la maravillosa oportunidad de ver y escuchar a Jesús, de aprender de Él, —estaba triste por mi destino: por las esperanzas incumplidas y los deseos insatisfechos—.
Y entonces un infortunio sucedió en nuestra casa: Lázaro cayó enfermo.
Al principio, yo no estaba realmente preocupada. Pero la enfermedad se desarrolló rápidamente. Y en un momento Lázaro me pidió:
—Estoy muriendo… ¡Envía a alguien por Jesús, Marta! Sólo Él puede sanar esta enfermedad…
Fui donde nuestra vecina Sarah, quien había cambiado mucho para mejor desde esa vez cuando Jesús sanó a su hijo.
Ella, ante mi pedido, inmediatamente envió a sus sirvientes a varios lugares, para que pudieran ellos encontrar a Jesús y solicitar Su ayuda.
Dos días pasaron.
Lázaro estaba peor y peor…
Y entonces, sólo vino María en lugar de Jesús.
Alarmada, pregunté:
—¿Pero dónde está Jesús? ¿Por qué viniste sola?
—Él vendrá después. Dijo que esto es necesario así…
—¡Pero Lázaro no está bien!… ¡Oh, por qué no Le trajiste, no Le suplicaste!…
… Juntas fuimos hacia nuestro hermano.
La cara pálida de Lázaro parecía volverse gris del sufrimiento. Se había puesto muy delgado durante los últimos días. Estaba claro que la muerte de su cuerpo se encontraba ya muy cerca…
Lázaro se complació de ver a María. Pero entonces, al darse cuenta de que Jesús no venía con ella y de que sus esperanzas de ayuda no se hacían realidad, dijo:
—¡Hermanas mías, siéntense junto a mí! ¡No lloren! ¡Escúchenme! Parece que Jesús no vendrá a salvarme… Estoy muriendo…
»¡Por favor, guarden silencio! ¡Ahora sé que esto es una realidad! ¡Y los falsos consuelos no son necesarios!
»Aparentemente, no soy digno de ser sanado por Él.
… Ligeramente objeté:
—¡Pero Jesús salvó incluso a aquellos que no Le eran familiares! ¡Y a los pecadores más grandes, —Él los sanó también—! ¡¿Quién está libre de pecado?!…
—Esto es diferente aquí…
»Después de todo, yo a veces no Le prestaba atención, incluso cuando se encontraba aquí con todos nosotros.
»En ocasiones, escuchaba y recordaba las palabras de Jesús, y las admiraba… ¡Pero nunca empecé a vivir como Él enseñaba! Pensaba que todavía tendría tiempo, que aún no era viejo, y que todavía había una larga vida frente a mí…
»¡Incluso pensaba que la presencia misma de Jesús en nuestra casa, y la amistad de Él —nos protegerían de todas las posibles dificultades—!…
»¡Y me parecía que podría “hacerme rico” con una vida mundana!… Y que podría ser completamente feliz, satisfaciendo tan sólo mis deseos y necesidades terrenas…
»Sucede que nosotros mismos somos los que nos permitimos pecar y pensar: “¡Tendremos tiempo para volvernos mejores ante Dios!”
»¡Yo pensaba ser más amable y más recto que mucha otra gente! ¡Y —que no pecaba a menudo—! Y el hecho de que no hacía esfuerzos espirituales, que eran posibles para mí, —no lo consideraba para nada como un pecado—… Yo pospuse todo esto…
»Pero, sucede, que la muerte ha llegado —y ahora estaré cara a cara con el Padre Celestial—, y es tiempo para mí de dar cuentas de toda mi vida… ¡Me duele haber dejado pasar las buenas oportunidades!
»¡Oh, si hubiera entendido esto antes, no hubiera gastado los días de mi vida con tantas preocupaciones innecesarias, tantas cosas insignificantes y sin importancia!…
»Hacerme rico, alcanzar la prosperidad en la vida terrena y el respeto de la gente alrededor, y luego…
»¡Y ahora —para mí ese luego ha llegado—!… Y me doy cuenta de que no tengo tiempo suficiente…
»Ahora lo lamento, pero ya es demasiado tarde…
»¡Ustedes, María y Marta, —no deben repetir mi error—! ¡Vivan —como Jesús enseña—! ¡Ustedes pueden hacer esto! ¡Yo lo sé, mis amadas!
»¡Y díganle a Jesús que yo Le amé! Siento que todo haya sucedido de esta manera: donde yo no hice lo que podía… ¡Concédeme, oh Dios, una hora de muerte que no sea tan amarga y espantosa!
… Lázaro ya no podía hablar.
Me eché a llorar, llena de desesperación.
María, por otro lado, brillaba cada vez más con la luz del amor y la ternura, tratando de abrazar y llenar a Lázaro con esta dulce paz. Ella tomó las manos del moribundo, las apretó con sus manos y dijo:
—¡Todo lo que podemos hacer ahora, mi querido hermano, es estar llenos de amor por nuestro Padre Celestial! ¡Él es el Amor Infinito! ¡Confiemos en Su Poder Imperecedero! ¡Dejemos que todo se haga de acuerdo con Su Voluntad!
¡Y funcionó! Parecía que María era capaz de eliminar el dolor del cuerpo y, lo más importante, calmar un poco el alma. La cara de Lázaro se había iluminado. Él ya no nos miraba, sino que se entregó por completo a Dios.
Pronto, perdió el conocimiento, y murió por la noche.
* * *
El cuerpo de Lázaro, envuelto en velos, fue colocado en una cueva, y una piedra fue apilada a la entrada de esta.
Pasaron cuatro días antes de que Jesús viniera.
Lo recibí bañada en lágrimas:
—¡Llegas tarde, Jesús! Él ha muerto… Es el cuarto día… Si hubieras estado cerca, ¡nuestro hermano no hubiera muerto!
—Bueno pero, ¿por qué lloras como si nunca Me hubieras escuchado? ¿Quizá, tal vez quieras que este sea el momento para que Yo, también, llore y Me lamente?
»Después de todo, —sí— hay algo por lo cual lamentarse: del hecho de que Lázaro no dispuso del tiempo para comprender todo lo que hubiera podido obtener en esta vida…
—¡Él se lamentó de esto, Jesús!
—¡No llores, Marta! ¡Vamos!
»Ahora tú y María pueden mostrarme donde fue enterrado su cuerpo.
… Junto con Jesús, estaban Sus discípulos y muchas más personas que escucharon que Jesús había regresado.
Llegamos a la cueva donde estaba Lázaro enterrado. A petición de Jesús, varios hombres fuertes movieron la piedra a un lado.
Jesús exclamó:
—¡Lázaro, levántate!
… ¡El alma —por la Voluntad unida de Jesús y el Padre celestial—, regresó al cuerpo de Lázaro!
¡Todos los presentes vieron lo sucedido, y este milagro les impactó grandemente! Y muchos, quienes antes no creían en Jesús, ahora creían que Él era de Dios.
Lázaro fue ayudado a deshacerse de los velos en los que fue envuelto su cuerpo durante el entierro, y fue vestido con ropa limpia y nueva, que Felipe le había dado.
Jesús abrazó a Lázaro:
—Por la gracia del Padre Celestial, se te ha dado la oportunidad de regresar a este cuerpo y tener tiempo para corregir esos errores que cometiste. ¡Y también —para trabajar en ti mismo como alma para que durante la vida en este cuerpo te merezcas el derecho a entrar en el Reino Celestial—! Porque aquel, quien no ha conocido este Reino durante su vida en el cuerpo, ¡no lo recibe después de la muerte del cuerpo!
* * *
Cuando los extraños partieron, regresamos a nuestra casa.
Lázaro ahora se encontraba perfectamente bien. Parecía estar más joven, alegre, y lleno de fuerzas y esperanzas como nunca antes.
Por la tarde, Jesús ofreció a todos:
—Lázaro, cuéntanos sobre lo que has experimentado, para que todos aquí lo sepan.
… Y Lázaro contó sobre sus amargas aflicciones antes de su muerte y sobre lo que había experimentado cuando murió:
—¡Recibir las Instrucciones Divinas y no cumplirlas es una expresión de falta de respeto e indiferencia hacia Dios!
»¡La felicidad que viene de todas las alegrías terrenales, de todos los éxitos terrenos, del respeto y el honor a los ojos de otras personas, y de los ahorros para el bienestar de uno en el mundo, —es insignificante—!
»Entendí esto sólo ante la muerte misma, cuando ya no había tiempo ni energía para cambiar nada.
»¡A cada uno de nosotros se nos da la oportunidad de vivir aquí —en vías de obtener la pureza del corazón y del alma—! ¡Debemos vivir para transformar las almas y ayudar a los demás a llegar a ser perfectos y acercarse a Dios, —según el estado de las almas—!
»¡Esto se volvió emotivamente claro para mí, sólo cuando me vi cercano a la muerte!
»Tenía miedo de morir… En ese momento, María me ayudó mucho a poder aceptar en paz y amor la inevitabilidad de la muerte y hacer la transición a los otros mundos.
»Cuando dejé el cuerpo, vi una luz que, por así decirlo, estaba un poco en la bruma. Y en esta bruma dorada, fui recibido por mis padres y muchas otras almas. No había nada de malo o aterrador. El entender que no hay muerte en absoluto, fue reconfortante e incluso grato.
»¡Pero no era ese el estado perfecto que experimenté varias veces cuando Jesús nos reveló el Resplandor del Espíritu Santo, otorgándonos por Su Poder la oportunidad de experimentar el estado Divino Supremo!
»Y después… no sé cómo hacerles la descripción…
»Yo pensé acerca de esta Luz Ardiente del Espíritu Santo —y entonces, vi toda mi vida vivida: vi lo que era bueno y lo que era malo en ella—. Todo esto me fue explicado en la Luz Divina —con gentil ternura, sin pronunciar palabras—. Venía… como un entendimiento.
»Me resultó claro que todavía no era capaz de entrar en la Dicha de la Vida en esa Luz… Porque yo —como alma— era diferente de esa Luz. Yo era —como más denso—. Como si las sombras grisáceas dentro de mí como alma me impedían de la posibilidad de fusionarme con esta Luz y disolverme en Ella…
»Y pedí la posibilidad de corregir mis errores y alcanzar el hermoso mundo del Espíritu Santo.
»Entonces vi a Jesús en la Luz Resplandeciente y Le escuché llamándome. Y acudí a ese llamado.
»¡Y ahora, estoy con ustedes de nuevo! ¡Y mi gratitud hacia Jesús no tiene límites!
… Todos escuchamos asombrados la historia de Lázaro.
Luego Jesús resumió:
—¡Entiendan que cada uno de ustedes, y no sólo nuestro querido amigo Lázaro quien ha regresado a nosotros, es obsequiado por Dios con el milagro de la vida del cuerpo en la Tierra, durante la cual existe la oportunidad de acercarse a Dios!
»¡Dejemos que el regreso de Lázaro sea ese milagro que le recordará a muchas personas en el futuro, que la vida es valiosa y que no es dada a nadie en vano! ¡—Sí—, una persona puede, durante su vida en el cuerpo, cultivar la habilidad de unirse con Dios!
»La transformación espiritual requiere esfuerzos y tiempo. ¡Y tiene sentido no desperdiciar ni perder el tiempo de la vida en la Tierra!
»Y el miedo a la muerte del cuerpo desaparece cuando conocemos al Padre Celestial.
»¡Mañana por la mañana, continuaremos la charla sobre los esfuerzos reales que ayudarán a todos aquellos que quieran con todo su corazón, —la Unidad con Dios—!