Corazón espiritual/¡Tu llegada allí es bienvenida! ¡Tu llegada allí es bienvenida!En otro tiempo, en esta vida terrenal, yo mismo era un hombre del vicio: No pensaba en Dios, mataba animales —tanto con fines «científicos» como en tanto que cazador y pescador [6,14]. Luego, rompí abruptamente con esa tradición de mal-obrar; dejé de fumar y beber alcohol. Esto ocurrió gracias a una comprensión: me di cuenta de por qué vivimos y por qué viven todos los seres en evolución. Y ahora sabía que no mataría a un animal para comer y no usaría el cuerpo muerto de uno —aun si estuviera muriéndome de inanición. Cuando esto alboreó en mí, la propia comunicación con los animales salvajes en el bosque ¡se volvió tan dichosa! Recuerdo que una vez, cuando estaba recogiendo setas en el bosque de Karelia, desperté a una liebre. Se puso de pie sobre sus patas traseras, se estiró, bostezando como un cachorrito, me echó de reojo una mirada de descontento y, muy lentamente, no habiéndose espabilado del todo, se marchó tambaleando... Antes, la habría matado —mi dulce amiga del bosque... Pero para entonces yo ya sabía que cada asesinato de un ser inocente (o la participación en uno de tales) es una transgresión contra la Evolución, contra Dios. Viajamos a áreas de vida salvaje con el fin de aprender a amar la naturaleza en su viviente belleza, aprender a amar la Vida que evoluciona en los cuerpos de los peces, ranas, hormigas, plantas... Cuando trabajábamos en sitios de poder para expandir y perfeccionar nuestros corazones espirituales, los habitantes del bosque se apegaban a nosotros; estaban encantados tan sólo de estar cerca de nosotros. Los pájaros carpinteros empezaban a cantar sus cantos de cortejo primaverales, pero no en primavera o verano, sino en noviembre o diciembre... Los petirrojos se posaban en ramas tan cercanas a nosotros como les era posible. Luego empezaban a revolotear entre nuestros cuerpos quietos, aleteando cerca del suelo por entre nuestras piernas... No era que pidiesen pan: a ellos no les gusta la alimentación humana. Sólo disfrutaban de estar entre gente de amor, entre gente de bien. Pero los carboneros sí que comen pan y queso. A veces se posaban sobre nuestros hombros y cabezas, volaban en círculos en torno a nuestros cuerpos, se mantenían fijos, suspendidos en el aire como las abejas, frente a nuestras caras mientras comíamos; se llevaban comida de nuestras manos, arrebataban un poco de queso de nuestros bocadillos mientras iban de camino a nuestras bocas... La risa, la alegría compartida, la ternura —este es el trasfondo que utiliza el Creador para explicar cómo puede uno hacer de este amor un amor universal en tamaño. Porque a esto es a lo que el Amor del Creador se parece. Recuerdo que una vez estábamos de madrugada sentados al borde del bosque cuando una gran liebre se nos acercó. Uno de nosotros, una mujer ya anciana, que, sin embargo, nunca antes había visto una liebre, gritó: —¡Eh! ¡Miren! ¡Una cabra ha venido a nosotros! ¡Qué dulzura! La liebre se alejó corriendo a unos veinte metros de distancia y se sentó, bamboleándose, moviendo sus orejas. Una pregunta muda podía leerse en sus ojos: «¿¡Por qué una cabra!?». Para no ofender de nuevo a liebres y otros animales, preparé a mis amigos para encuentros como ese: les presenté huellas de liebres, zorros, castores y ratones en la nieve en invierno..., les dije lo que comían, dónde dormían, etc. En primavera viajamos a zonas de apareamiento para escuchar el canto de las becadas, los gallos lira, las alondras, avefrías y zarapitos. Allí aprendimos a abrazar a Dios con los brazos de la conciencia, a abrazarle desde nuestros refinados y expandidos corazones espirituales. En aquella ocasión Sathya Sai Baba y Jesús el Cristo en la Divina Forma Ígnea estaban con nosotros. Krishna, Babaji, Huang-Di y otros Maestros Divinos a menudo nos visitaron entonces. Las hermosas Surya y Lada nos brillaron como el Sol con su maravillosa Luz Divina durante el tiempo que el cielo estaba nublado. Rada y Elisabeth Haich —un ex hija de un faraón egipcio- nos dieron Su Ternura Divina. María Magdalena nos disolvía en Su Amor Divino. Don Juan Matus alzó Su sombrero en señal de saludo, mientras Genaro, David Copperfield, los Apóstoles Felipe, Juan, Marcos, Andrés, Mateo, y también Ptahhotep, Lao y muchos Otros nos sonrieron de una manera resplandeciente... Les amamos a todos Ellos, y Ellos nos amaron, allanando para nosotros la Senda hacia Su común Morada, la Morada del Creador Universal. ¡Te invitamos a venir allí también! ¡Todo es hermoso allí! ¡Y hay espacio suficiente para todos! ¡Aquello es más que el paraíso!
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