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Conocimiento contemporáneo sobre Dios, la evolución y el significado de la vida humana.
Metodología del desarrollo espiritual.

 
Capítulo Cuatro: Viejos Creyentes
 

Leyenda de Rada y Alexey/Capítulo Cuatro: Viejos Creyentes


Capítulo Cuatro:
Viejos Creyentes

Una vez en la ermita, una mujer vino con tres niños pequeños. Demacrada, con los ojos llenos de desesperación y miedo, ella apenas podía permanecer sobre sus pies del cansancio. Sostenía en sus manos a uno de los bebés, atado a su pecho con un pañuelo. Otros dos niños —un niño y una niña de 6-7 años—, se aferraban a su ropa.

Ante el anciano Nicolás, cayó de rodillas y les dijo a los niños que hicieran lo mismo. Ellos obedientemente permanecieron al lado de la madre. El primer bebé lloró débilmente, como si ya estuviera desesperado por llorar por algo. La mujer le dió este bebé a su hija. La niña habitualmente tomó al bebé y, balanceándose, comenzó a decir: «Tranquilízate, cálmate, guarda silencio…».

La mujer alzó sus ojos llenos de miedo al anciano y dijo:

—¡Bautízanos en tu fe! ¡Sálvanos! Nuestro confesor, el padre Kalistrat, quemará a todos, y si no lo hace, los streletes* van a quemar a todos. Salve a los niños: ¡son inocentes!… No soy una oradora letrada… Somos de la Vieja Fe, la de Cristo y los Apóstoles… Perdóneme si lo digo incorrectamente… Los anti-Cristianos han venido a quemarnos —como herejes—… Y nuestro confesor Kalistrat dijo, que él mismo nos quemará con sus oraciones, para que no corramos más, sino para que corramos inmediatamente —hacia el Señor en el Cielo—… Y bajé, no por mí, sino por los niños: todavía están pequeños!…

—¿Donde está tu casa?

—Río arriba… A medio día de viaje de aquí —fuera de allí corrimos—…

De repente, el anciano se levantó bruscamente. Se acercó a Alexey. Su voz había cambiado por la tensión interna:

—¿Entiendes lo que está pasando?

—Sí…

—Entonces, ¡corre! ¡Detén al hombre demente! ¡Corre allí con toda tu fuerza! ¡Cristo está contigo!

… El anciano bendijo a Alexey.

Mientras se iba, Alexey escuchó nuevamente la voz tranquila y tierna del anciano:

—Y tu debes esperar, querida, ¡recupera el aliento, levántate de tus rodillas! ¡No tienes nada que temer, estarás a salvo!

* * *

Alexey corrió fuera del camino. Ramas azotaron su cara, sus pies se pegaron a la arena, y luego a la tierra pantanosa. La parte inferior de su ropa monástica húmeda lo obstaculizaba, se aferraba a las ramas y se enredaba en sus piernas…

Alexey se detuvo para recuperar el aliento y se ató la parte inferior de su sotana con una cuerda. Pero no pudo recuperar su aliento. Parecía que todo estaba ardiendo dentro de él y explotando hacia afuera con un jadeo ronco, y su corazón estaba latiendo en algún lugar de su laringe…

Corrió de nuevo con lo último de su fuerza…

Oró a Jesús —y corrió…, corrió…, corrió—…

… Y entonces vió una enorme columna de humo negro detrás de la curva del río. El canto de oraciones llegó a Alexey con las ráfagas de viento. Luego, todo se convirtió en gritos de horror y dolor… El resplandor de las llamaradas se elevó hasta el cielo… Después de eso —los gritos comenzaron a disminuir—…

Alexey salió corriendo y se dió cuenta de que era demasiado tarde…

Muy lejos, en la colina, la cabaña de troncos estaba ardiendo, en la cual, aparentemente, todos ya estaban muertos…

Los streletes, saliendo de la aldea de los Viejos Creyentes, prendieron fuego a los edificios restantes… Todo estaba envuelto en humo…

Alexey cayó de rodillas y oró.

¡Desesperación, fatiga, dolor insoportable por todo este horror!

«Jesús, ¿por qué permites esto? ¿Cómo cambiar todo esto?»

Alexey subió la colina.

Miró fijamente a las cenizas calientes durante un largo tiempo, donde la gente había sido quemada viva:

«¿Quién les prendió fuego? ¿Su confesor quemó vivas a las mujeres…, a los niños pequeños…? ¿O, los streletes-castigadores —los incendiaron en la ejecución del decreto—? ¿Qué diferencia hace —quién—?… Algunas personas, creyentes en Jesús, fueron condenados al martirio por otros que también creían en Jesús… ¡¿Cómo es posible?!»

… Alexey regresó a la ermita cuando ya estaba oscuro. Estaba tambaleándose de cansancio. Desde el vacío de lo interno, era como si hubiera sido cegado por el alma… Vacío y oscuridad en el interior… ¿Cómo vivir? ¿Cómo orar?

—No tuve tiempo… —susurró con una voz apenas audible—, y talvez no existían palabras del todo, sino sólo sus labios, rotos en sangre, se movían.

Pero el anciano Nicolás entendió todo.

Él no intentó consolarlo. En cambio, dijo con una caricia en su voz:

—¡Lávate! ¡Vierte agua del balde, ponte ropa limpia! ¡Ora y ve a dormir!

Alexey escuchó.

Vertió un balde de agua en su cuerpo… Era como si el agua le quemara su cuerpo con frío. Pero después de eso, parecía ser más fácil… Luego se puso ropa limpia…

Él ya no podía orar, ni dormir…

Alexey fue otra vez hacia el anciano Nicolás, quien estaba sentado en el patio cerca de un pequeño fuego. En el único aposento común donde usualmente dormían, la mujer y sus niños, a quienes el anciano probablemente ya había bautizado hoy, estaban durmiendo.

Alexey se sentó a su lado.

Estuvieron silenciosos por un largo tiempo.

Alexey miró a las llamas y pensó sobre aquellos quienes murieron en la hoguera hoy…

Trató de imaginarse a sí mismo en su lugar: «¿Temería la muerte por la fe —o no—? ¿Cómo saber eso —hasta que se acerque la hora de la muerte—, y pase esta prueba yo mismo —ante Dios—?»

Luego, de todos modos, no pudo soportarlo y comenzó a decir:

—Yo sabía antes que los Viejos Creyentes fueron bautizados por la fuerza, y que fueron expulsados de sus asentamientos, y que podían ser ejecutados por aquellos quienes los acusan de herejía… Pero, así…

—Tú, hijo, no te culpes, porque no tuviste tiempo. No hay que temer a la muerte de los cuerpos… ¡Las almas son inmortales! ¡Es temible sólo para aquellos quienes condenan a otros a la muerte!

»¡Cuántos mártires por la fe en Cristo — han aceptado la muerte—!… ¡Ahora, estamos adorando su santidad!…

»Y si uno se persignaba con dos dedos o tres dedos —eso es una preocupación mundana, supongo—.

»No viviste en ese momento, cuando todos se estaban persignando con dos dedos. Y yo — también hice eso—…

»¡Esta escisión ha traído a la gente terribles desgracias! Y muchas más desgracias serán causadas por la necedad y la crueldad de los seres humanos, en la cual la Voluntad de Dios se interpreta a su manera.

—Y Dios —¿por qué permite Él esto?—

—No sé… Tal vez Dios espera que la gente, a quien se le conceda la libertad de voluntad, se vuelva más sabia… ¡Y —que no haya enviado a Su Hijo Jesús a la Tierra en vano—! Tal vez, las Enseñanzas de Jesús —que las personas son hermanos y hermanas entre sí, y que pueden vivir en amor por el Padre Celestial y sus vecinos —no fue dada a las personas sin ninguna razón—… Quizás, Dios está esperando a que la gente, viendo tales horrores, cumpla estas Enseñanzas de Jesús…

»Bueno, ¡dejemos de hablar de esto!

»¡Se derramó mucha sangre y se derramará mucha más!…

—Entonces, ¿¡deberíamos hacer algo al respecto!?

—Muchos han sido ejecutados entre los que intentaron…

»Y lo intenté, y tú, del mismo modo, también lo intentaste…

»Los streletes —siguen el decreto de la princesa Sofia—. ¡No están buscando aldeas de Viejos Creyentes en bosques deshabitados sin ninguna razón en particular!…

»Mejor piensa qué documentos deberíamos escribir para Efimia y los niños, para que no sean victimizados más…

* * *

A la mañana siguiente, el anciano Nicolás llenó el bolso de hombro de Alexey con todo tipo de provisiones. Alexey incluso observó con cierta ansiedad al ver cuanto se estaban vaciando sus propios depósitos, luego como si él «se detuviera a sí mismo», rechazó los pensamientos pecaminosos y se regocijó por la generosidad del anciano Nicolás, quien no pensaba en sí mismo ni en sus necesidades en absoluto…

El anciano le ordenó a Alexey que acompañara a Efimia y a los niños al pueblo y que los ayudara a establecerse en una casa vacía.

Había muchas casas así allí, porque la gente se mudó de allí a trabajar en minas donde se extraía hierro y cobre.

Mientras iban allí, Efimia dijo que era viuda, y que su confesor Kalistrat ordenó que azotaran a su marido por su desobediencia. Y lo azotaron hasta la muerte…

Ella lo contó con calma, trivialmente, sin lágrimas.

Ella explicó que en su comunidad todos vivían con miedo.

Luego ella contó que en otra comunidad —la suya— donde vivió hasta su matrimonio, este no fue el caso. Todos los que tenían fe «escaparon», era amigable y estaba bien entre las personas… Y aquí, en Calistrat, en la comunidad, todos tenían miedo. Tenían miedo del «anticristo», «el fin del mundo», los perseguidores de la fe y también de estar en la desgracia del confesor…

Y cuando ella fue dejada allí sin su esposo, quien fue llamado «el sirviente del diablo», se había convertido en una vida terrible para ella y sus hijos. Sufrió tanto de este miedo que decidió huir.

Y luego llegaron los streletes, leyeron algunos papeles. Resultó que para ellos, donde sea que mires, la muerte es inevitable… Entonces, ella decidió cambiar su fe y a través de esto salvar a sus hijos.

Luego ella comenzó a preguntar acerca de la nueva fe con precaución:

—¿Me perdonará el Señor por cambiar la fe de mis padres y abuelos? ¿Tendrá Él piedad de los niños?

… Alexey la tranquilizó lo mejor que pudo.

… En el pueblo, él la ayudó a elegir la casa evacuada que fuera la más firme…

Luego le dijo a la gente, que salió a ver qué estaba sucediendo allí, que, por la Gracia de Dios, ahora una viuda con hijos viviría aquí. Dijo que se ayudarían unos a otros de una manera Cristiana. Luego comenzó a hablar más palabras sobre Jesús, sobre Sus mandamientos de bondad… Recordó cómo solía pronunciar los ardientes discursos…

Todos lo escucharon en silencio… Pero de repente, había visto sus miradas… —vacías e incomprensibles—… Y se detuvo…

Les preguntó si necesitaban algo de él.

Escribió dos peticiones para aquellos quienes le pidieron ayuda…

… Volviendo, pensó en las personas quienes vivían en este pueblo: «Mendigos, analfabetos, ¡y no existe lugar para Dios en ellos!… ¡Quieren sólo sobrevivir, pagar impuestos y no morir de hambre!… ¿Es tal vida necesaria?

«Ayúdame a comprender, Jesús, ¿cómo puedo ayudarles?» —con esta petición, Alexey se sumió en la oración y caminó más rápido hacia la ermita.

Allí, como la luz de una vela frente a un ícono, el alma del anciano Nicolás estaba brillando suave y serenamente alrededor. A su lado, era más fácil para Alexey soportar todas las pruebas de la vida, como si un pequeño rincón de la «tierra prometida» fuera creado alrededor del anciano por su calma y la profundidad de su fe inquebrantable en cualesquiera pruebas.

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