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Conocimiento contemporáneo sobre Dios, la evolución y el significado de la vida humana.
Metodología del desarrollo espiritual.

 
Mis errores en la crianza de mi hijo A.B.Zubkova
 

Trabajo espiritual con niños/Mis errores en la crianza de mi hijo A.B.Zubkova


Mis errores en la crianza de mi hijo
A.B.Zubkova

Este libro, probablemente, puede ser interesante no sólo para profesionales de la enseñanza sino también para las mamás y papás que quieran criar a sus hijos felices, armoniosamente desarrollados, dignos del amor y el respeto de la gente.

Aquí quiero compartir con ustedes mi experiencia personal al criar a mi hijo: cómo no se debe hacer, para que ustedes, los lectores, eviten cometer este tipo de errores.

La situación en la que la madre trata de enseñar a su hijo a usar los métodos descritos en este libro es diferente de las clases realizadas para grupos de niños. Cuando los niños van a clases están mentalmente preparados para algo nuevo, interesante; ven a sus compañeros hacer lo mismo en la clase. Un instructor profesional fácilmente atrae la atención de los niños y apoya los estados emocionales sutiles en ellos, «sintoniza» a los niños con lo que se les propone hacer.

Una de las dificultades en mi caso era encontrar el momento en el que no sólo yo tuviera tiempo y ganas de mostrar algo al niño, sino que él también tuviese el deseo, la disposición a aprender.

Es fácil aumentar el interés hacia este tipo de trabajo en los niños más pequeños (4-6 años) usando cuentos de hadas y juegos. Pero para cuando me familiaricé con estas técnicas mi hijo ya tenía 9 años y una actitud escéptica hacia esas «fábulas y sentimentalismo blando».

Este escepticismo y protesta fueron el resultado de mi propio egoísta deseo hipertrofiado de criarlo según un cierto «ideal» tal como lo imaginaba. Mi amor por él muy a menudo resultó ser «ciego» y poco razonable. Desde una edad muy temprana, traté de enseñarle a mi hijo un montón de cosas útiles, e incluso lo logré con algunas de ellas. Pero todos los esfuerzos fueron hechos sólo por mí; él sólo recibía alegría y placer. Le ayudé a subir a cada nuevo peldaño, creando para él los estados de alegría emocional, el entusiasmo, la felicidad (yo era capaz de hacerlo incluso sin conocer los mecanismos). Y él, como resultado, se acostumbró a recibir todo de forma pasiva, dándolo por descontado. Con 14 años él sabía nadar bien, esquiar, montar en bicicleta y participar en excursiones en kayak. Derramé sobre él amor y felicidad tratando de brindarle todo este mundo maravilloso pero olvidé cuidar de que él, también, aprendiera a ser agradecido, a responder con amor y ternura por lo que recibía; aprender a darse a sí mismo.

Cuanto mayor se hizo más difícil fue darle una sorpresa, llenarle de alegría. Y al no tener éxito, enseguida pasé de ser una madre que hace milagros a una mamá-tostón*, que intentaba obligarle a ver la belleza, a realizar tal o cual ejercicio. Tanto quería yo hacerle perfecto que destruí en él, con mi violencia, ese deseo («vamos, prueba, intenta una vez más»). Cuando obligarle no funcionaba yo me perturbaba terriblemente y hasta pude suscitar vergüenza en él («no quieres hacerlo, a pesar de lo mucho que estoy haciendo por ti…»).

Para cuando me percaté de todo esto (aunque en general nuestras relaciones eran buenas), yo había desarrollado el estereotipo de conducta de una persona fastidiosa y pesada, y él, la posición del egoísta. Cambiar los estereotipos dominantes es mucho más difícil. Y uno tiene que empezar esta corrección consigo mismo.

Por añadidura, quería que este cambio sucediera más rápido, ya mismo. Y así seguí empeorando las cosas intentando persuadirle… y sólo recibí respuestas como: «¡es aburrido!», «esto es difícil; no quiero…», o «voy a mentir un rato, y tú ya puedes insistir…»

Así que cada error mío alejó más y más la posibilidad de mejorar nuestras relaciones, provocando en él la reacción de rechazo.

Los entretenimientos de los niños hoy día, como ver la televisión sin cesar o jugar en la consola o el ordenador, crean un fondo muy desfavorable para la vida, hacen del niño una criatura doméstica y pasiva, aislada de la belleza y de la verdadera vida. Hacer que un niño que ya está afectado por esto acepte una posición creativa activa no es una tarea fácil.

Con el tiempo comprendí que la mejor manera de romper los estereotipos negativos dominantes es hacer excursiones al bosque con un grupo de personas de ideas afines, en el que el hijo se convierte en un participante igual, y uno no es un maestro que molesta. Las charlas en el camino o cerca de un fuego resultan discretas.

Si uno se las arregla para encontrar amigos de ideas afines en este camino, todo se hace mucho más fácil, tanto para los adultos como para los niños.

Pero los intentos artificiales de lograr éxito están abocados al fracaso.

Y el método de coerción siempre produce rechazo.

Por el contrario, aquellas cosas que he aprendido a presentar con suavidad, con mi propio ejemplo, sin estar constantemente recordando y requiriendo, fueron fácilmente aceptadas. Por ejemplo, le expliqué a mi hijo por qué dejé de comer carne y pescado (¡sólo se lo dije una vez!) y de inmediato comprendió que al comer cuerpos de animales capaces de sentir dolor participamos en su muerte. Le sugerí pedir, al menos, el perdón de aquellas criaturas cuyos cuerpos se convierten en comida para él y enseguida él mismo decidió pasar a una alimentación «sin matanza». La violó sólo una vez… Esa vez me pidió permiso, y yo no le disuadí sino que le dije que decidiera él mismo. Él cedió a su deseo… y al día siguiente cayó enfermo. Luego llegó a la conclusión (¡él mismo!) de que se había equivocado. Desde entonces ni en compañía de amigos, ni en la escuela, ni en una fiesta, ha roto nunca el principio de la nutrición «sin matanza», porque se ha vuelto su propia convicción interna.

Una hija de cinco años de mi amiga, tras haber aprendido de qué están hechas hamburguesas y salchichas, pidió en la guardería que no añadieran esas cosas en su comida. Sorprendentemente tal declaración de una niña no enfadó a los maestros, ni tampoco ellos empezaron a forzarla. Ellos aceptaron su firme posición con sorpresa y con respeto.

Y ahora, lo más importante. Si nuestras acciones de cambiarnos a nosotros mismos y de criar a nuestros hijos provienen de la más elevada motivación —el amor y la aspiración hacia el Creador—, y esto se convierte en el fundamento de la vida, en la principal fuerza impulsora tras nosotros, entonces ello nos une a todos, los hijos de nuestro Padre Celestial.

Si damos incluso un paso real hacia Él… Él da diez hacia nosotros. Él —nuestro Creador— se convierte en un verdadero Ayudante para nosotros y nuestros hijos. Y si los niños se vuelven seguros de la existencia de Dios, y más aún, si es refrendado por su experiencia personal, entonces entienden mucho mejor los principios éticos. Porque en tal caso pueden incluir estos principios en su visión del mundo, tras haber entendido lo que Dios realmente quiere de nosotros. Además, los niños aceptan mucho más rápido y fácil que nosotros, los adultos, las verdades de Dios.

Si hay verdadero amor-aspiración a Dios, entonces se vuelve mucho más fácil cambiarse a sí mismo. Y el mundo que nos rodea asimismo cambia, reflejando el amor que crece en nosotros. Y entonces nuestros hijos, con la mayor naturalidad, emprenden su desarrollo espiritual.

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