Leyenda de Rada y Alexey/Capítulo Doce: La Herencia Divina
Capítulo Doce:
La Herencia Divina
La vida terrenal continuó...
La nueva primavera estaba en su apogeo... La naturaleza se despertó, llenando todo de belleza y fortaleza.
Pero para Rada, esta época no fue fácil: «¿Cómo continuar viviendo? ¿Cómo soportar la responsabilidad que ahora he asumido?».
El pequeño Eremey se sentó en el suelo y atrapó con sus manos los rayos del sol de la ventana...
De repente, una Luz Divina siempre creciente llenó el espacio...
Rada vio en esta Luz a los Grandes Magos de Rusia y a muchos Maestros Quienes habían venido a través de las otras tradiciones espirituales.
Había muchos de Ellos. Eran tranquilos y hermosos —estos Hombres y Mujeres Divinos—. Algunos entre Ellos eran muy jóvenes y otros eran canosos.
Todos estaban aquí por ella —¡por Rada—!
Vinieron a ayudarla, y apoyarla:
—¡No tengas miedo a las dificultades! ¡No tengas miedo a la responsabilidad! ¡Lo que estás tomando ahora es tu trabajo para Dios! ¡Es Nuestro Acto Común, Nuestra Herencia Común! ¡Este es el resultado de Nuestras labores de Nuestras muchas vidas encarnadas! ¡Te ayudaremos y continuaremos enseñándote, para que puedas ayudar a otros aún mejor!
… Rada era —en este Resplandor de Amor y Luz— ¡completamente libre y feliz!
Alexey se acercó, y la abrazó con la Ternura y el Afecto Divinos.
Luego los Otros también se acercaron. ¡Sus Apariencias comenzaron a crecer, llenando el espacio con el Gran Poder!
Sus Divinos Cuerpos de Luz eran enormes, como las Montañas. Los Cimientos de estas Montañas estaban en las vastas Profundidades, inalcanzables para la visión humana ordinaria, y los picos tenían Apariencias Radiantes con Caras y Manos.
Rada ahora estaba parada entre Ellos, también en un cuerpo similar hecho de Luz. Ella era un poco más pequeña, pero aun así —¡era una de Ellos—!
Junto a ella, estaban Alexey, Radomir, Blagoslav y muchas otras Almas Divinas, a Quienes Rada ya había conocido. Pero había Muchos a Quienes ella nunca había visto antes. Se hicieron más y más grandes... ¡Era como las Ondas de Luz, surgiendo del Único Océano Primordial en las vastas extensiones alrededor! ¡Eran la Paz, la Majestad, la Ternura, el Amor y el Poder!
—Cada Uno de Nosotros tiene Nuestro propio Trabajo. ¡Todos cumplen con Su propia Tarea, que es parte del Plan Divino! ¿Ahora aceptas tu parte de las Labores Divinas?
—Sí.
—¿No serás sacudida por las cargas de la vida en el mundo de la materia, o por los deseos terrenales personales, o de los peligros que pueden amenazar tu cuerpo o de aquellos a quienes amas?
—Trataré de no...
—¡Siempre vivirás bajo Nuestra Vigilancia, en los Rayos de Nuestro Cuidado!
»Entonces, ¡toma el Poder del Amor Divino —y llévalo al mundo de personas encarnadas—!
* * *
El cuerpo de Rada parecía sin vida, ella misma todavía estaba Allí, en el Resplandor de la Luz Divina.
... El pequeño Eremey se arrastró gateando y comenzó a tratar de llegar a su pecho, que estaba lleno de leche. Era hora de alimentar al niño.
Rada tuvo que trabajar duro para volver a entrar en su cuerpo terrenal.
Levantó a su hijo en sus brazos y lo puso sobre su pecho.
Luego cantó suavemente. Y en esta canción, no había ni una sombra de tristeza. La Alegría, la Luz, la belleza de la Tierra y la Belleza de las Almas Divinas —todo esto sonaba al unísono—. El pequeño Eremey parecía flotar en este campo de Luz y Amor.
Ella le cantó a su hijo hasta que él se durmió en sus manos.
Y —el Silencio comenzó a caer—, en el Cual solamente estaban Dios, Su Paz, Su Amor, Su Omnipotencia, Su Entendimiento y Su Sabiduría... Y todo esto estaba ahora en Ella, ¡Rada Divina!