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Conocimiento contemporáneo sobre Dios, la evolución y el significado de la vida humana.
Metodología del desarrollo espiritual.

 
Parábolas de Huang
 

Taoísmo/Parábolas de Huang


Parábolas de Huang

Parábola sobre la Flor Dorada, el Río de Amor, y el Jardinero Inmortal

Muchas leyendas se han acumulado sobre el secreto de la Flor del Corazón. Algunas leyendas la llaman la Flor de la Vida, algunos hablan de ella como la Flor Dorada, otros afirman que es la Flor de la Inmortalidad. Todos estos nombres no son accidentales: reflejan ellos la bendita fragancia de esta flor y revelan el velo del secreto que Le rodea…

… Una vez, un hombre vivió en un pequeño valle escondido en las montañas. ¡Vivía serenamente! Muchos le llamaban santo, otros —monje—, otros —el Iluminado—.

Pero él no decía tal cosa sobre sí mismo y ni siquiera pensaba de esta manera.

Él en ocasiones se llamaba a sí mismo un jardinero. Aunque… jardín no tenía. Cultivaba una sola flor —la Flor Dorada del Corazón Espiritual—, la cual da la Inmortalidad.

Ese hombre vivía —simplemente—. ¡Vivía —y se regocijaba en ser lo que él contemplaba—! Era amigo de las montañas en las que vivía, de los vientos que barrían su pequeño valle, de las flores y hierbas que florecían ahí en primavera y adornaban su morada todo el verano. Era amigo de las estrellas que sonreían por la noche, y del sol que brillaba durante el día. Era amigo incluso de las nubes y las nieves que protegían su descanso a fines del otoño y el frío invierno.

Algunas veces, los animales se le acercaban o los pájaros venían —ellos también eran sus amigos—. O venían personas que necesitaban sanación y ayuda. Y él les ayudaba a todos, nunca rechazando a nadie.

Durante mucho tiempo vivió ese hombre. Y luego, cuando cultivó su Flor y llegó el momento, partió hacia otros Inmortales y se convirtió en el Jardinero, Quien siembra semillas y cultiva brotes, de los cuales nuevas Flores Doradas aparecen.

Y había conservado para las personas el recuerdo de su Flor Dorada, que da la Inmortalidad, y la Fuente del Río del Amor, que fluye y nutre las Flores en crecimiento.

… El secreto de la Flor Dorada era atractivo para las personas. Muchos fueron hacia las montañas a encontrar la Flor de la Inmortalidad. Ahí encontraron diferentes flores que, desgarrándolas sin piedad, hicieron de ellas polvos e infusiones, decocciones y ungüentos… Pero estas pociones no hicieron a nadie Inmortal…

Otros creyeron que la fuerza mágica yacía en las raíces. Y desenterraron las raíces y en vano destruyeron estas tiernas criaturas…

De modo que nadie pudo encontrar la Flor Dorada… sin solución Su secreto permaneció…

… Pero un día, había llegado a ese lugar un joven cuya amada estaba gravemente enferma. Le fue dicho que estaba ella muriendo. Pero, un sanador dijo que ella podría mejorar si él le ofrecía la Flor de la Vida.

El joven fue a las montañas y ahí encontró una hermosa flor. ¡Tan tierna era su corola que el joven había decidido que esta era la misma Flor de la Vida! Se postró sobre sus rodillas ante la flor…, pero no podía cortarla: ¡la compasión por la vida no le permitió destruir esta belleza!… El joven dejó caer sus manos y susurró: «¡Perdóname!» Y no estaba claro si estaba dirigiéndose a su amada, o a la flor…

En ese momento, una Voz dijo: «¡El hombre, que respeta la vida, es digno de ayuda!»

La Voz pertenecía al Jardinero Divino. Como todos los Inmortales, Él podía aparecer en cualquier momento y en cualquier lugar.

Él Mismo consistía plenamente de Luz y Calma. La Dicha se originaba de cada movimiento y palabra Suya.

—¡Me alegro que perdonaras a esta flor! —dijo Él.

—La mujer, a quien amo, muere… —susurró el joven, apenas audible.

—Te dijeron que le dieras la Flor de la Vida. ¡Pero la Flor de la Vida no puede ser arrancada y trasladada! ¡Sólo se puede cultivar a partir del propio amor sincero, nutrido por el Río del Amor!

—Pero mi amada se está muriendo en este momento… Y no podré ayudarla… —respondió el joven.

—No te aflijas, Yo te ayudaré. Allí —está la fuente del Río del Amor—. Y allí —fluye el arroyo limpio —. Pon agua en tus palmas y di desde el corazón espiritual a esta agua: «¡Te amo!» Luego viértela sobre esta flor y dile: «¡Te amo!» Después de un rato, gotas de rocío aparecerán sobre los pétalos. Recoge de la flor esas gotas de rocío, —¡esto será suficiente para sanar a tu amada!—. ¡Y mientras esperas por la aparición en los pétalos de las gotas de rocío, entra al Río del Amor —e intenta comprender las Leyes del Amor— según las cuales el hombre puede vivir felizmente en la Tierra!

El Jardinero, explicó al joven cómo sumergirse a sí mismo en el Flujo de la Luz Viviente del Río del Amor —y desapareció—.

El joven permaneció largo tiempo en ese Flujo y prestó atención al Río Viviente, a las corrientes cantoras que hablaban sobre los misterios del ser —es decir, sobre las Leyes de Tao—.

¡Y entendió él cómo el amor transforma la vida humana!

¡Pero aquel quien no tiene el amor del corazón, no puede entrar al Río del Amor! Almas, en las cuales la luz del amor no arde, son incapaces de entrar en contacto con el Flujo del Amor Viviente —y por lo tanto están privadas de la felicidad—.

Aquellos quienes viven regalando su amor —¡viven y crecen en el Flujo del Río del Amor, en el cual la Luz, la Alegría, y la Dicha fluyen!—. Y ellos pueden ser felices —¡sólo ellos!—.

Y cuando, lleno de felicidad, el joven se dio cuenta de todo esto y se hubo transformado a sí mismo —vio en los pétalos de la flor gotas transparentes—. Recolectó cuidadosamente de los pétalos las gotas de rocío —y fue hasta su amada—. Ella tomó la medicina del Jardinero —y fue sanada—.

… Ellos vivieron en paz y felicidad: ¡porque su vida fluía en el Río del Amor!

… Cuando su hijo creció y se convirtió en un hombre joven, decidió que debía agradecerle al Inmortal Jardinero por la sanación milagrosa de su madre: por la vida que a ella le fue dada, la cual significaba su vida también.

Y partió a encontrar ese pequeño valle en las montañas.

Escaló aún más arriba —y admiró la belleza que se abría ante su mirada—. Las majestuosas montañas le recibieron con sus picos iluminados por el sol. Le abrazaba un viento suave que volaba sobre el cielo abierto. Le fue dada la fragancia de las flores que decoraban los valles. Caminaba —y las estrellas le sonreían por la noche, y el sol brillaba con su luz sobre él—, todos los días iluminando su camino.

Encontró el pequeño valle en las montañas donde una vez vivió el Inmortal Jardinero, y la Fuente de la Cual se originó el Río del Amor.

Y entonces pensó: «¡Cuánto me gustaría cultivar yo mismo la Flor de la Vida —y luego contarle a las personas sobre el Camino hacia la verdadera felicidad—!»

Y luego vio al Jardinero Inmortal. El Jardinero dijo: «¡Deja que tu deseo se haga realidad! ¡Porque sueñas no sólo con tu propio bien personal, sino con el bien de otras personas! ¡Te mostraré cómo —desde el Silencio de Tao— la Flor de la Vida florece en el corazón espiritual humano! ¡Te mostraré las profundidades, de las cuales proviene Su raíz! Y luego, —puedes cultivar tu Flor y contarle a las personas sobre el secreto de la Flor de la Vida— ¡la Flor del Corazón, la Cual crece desde el Infinito Tao y florece en el alma humana! ¡Tú, también, puedes convertirte en Jardinero!

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