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Conocimiento contemporáneo sobre Dios, la evolución y el significado de la vida humana.
Metodología del desarrollo espiritual.

 
Tu batalla por mí
 

El Maestro/Tu batalla por mí


Tu batalla por mí

¡Qué difícil es para mí escribir estas palabras ahora! Es como si tuviera que vivir todo de nuevo. ¡Pero no tengo derecho —ni a olvidar, ni a guardar silencio al respecto— sin importar cuánto me gustaría enterrar esto para siempre!

Leer estas líneas también puede serme difícil.

Pero, ¿cuánto más difícil debió haber sido para Ti, ver las tantas veces que dejé de respirar en tus brazos?…

Me viste caminar tambaleándome y aferrándome a las paredes, pero aun así, mi cuerpo terminaba en el suelo inconsciente. Me viste intentando comer sin ni siquiera poder sostener la cuchara de la fuerza con que me temblaban las manos. Y viste cuando comencé a sofocarme y a gritar, retorciéndome del dolor. Debió haber sido difícil para Ti responderme con un honesto «no sé…» cuando por un breve tiempo al recuperar la conciencia, te pregunté: «¿cuándo terminará esto?»

… No podía recordar cuánto tiempo había durado ese infierno, ¿cuánto tiempo había pasado —horas, días—? Ni siquiera podía recordar qué día, mes o año era en ese entonces. Y todo… me daba lo mismo ya…

«¡Dejemos que todo termine rápidamente… así no será necesario abrir los ojos de nuevo —y por enésima vez— vivir una muerte dolorosa!» Fueron estos mis pensamientos en más de una ocasión.

Y, más difícil aún, era abrir los ojos sin saber… quién los abría —yo o… alguna otra entidad—! ¡Entidades… tantas! … ¡¿Qué querían ellas de mí?!… Y si ellas estaban aquí, ¿dónde estaba yo?

¿Dónde estaba Dios? ¿Por qué me había abandonado? O tal vez, fui yo misma quien se apartó de Él, sin siquiera recordarle y olvidando preguntarle: «¿Qué debo hacer? ¿Qué esperas de mí?»

Me sentí completamente sola, cara a cara —con este horror—…

¡Pero no estaba sola! ¡Tú estabas al lado de mi cuerpo moribundo!

¿Y cómo debe haber sido para Ti ver que ya no era yo, sino alguien más, que te miraba a través de mis ojos? ¿Cómo hiciste que todos se fueran, uno por uno? ¿Por qué habrás tenido que pasar cuando me buscas en las profundidades del infierno? Y, cuando te diste cuenta de que había perdido la batalla y que esta excedía mi capacidad de lucha, ¡entonces la convertiste en Tu batalla y Tú la ganaste por mí! ¡Luego, abriste mis ojos para que pudiera entender cómo sucedió que terminé en el infierno —mientras caminaba por el Camino hacia Dios— convirtiéndome en uno de ellos! Y hallándome y sosteniendo mi mano con fuerza, me sacaste de allí. Y me dijiste: «¡levántate y camina!» —y milagrosamente se hizo posible—. Tú también sanaste mi cuerpo que ya se encontraba casi completamente destruido por las dolencias. ¡Tú me diste la fuerza para contarle a los demás sobre esto, para que así nadie más tenga que vivirlo!

¡Después de todo, tanta maldad es cometida por las personas en la ignorancia! ¿Y qué tipo de persona es quien continúa con esto —a sabiendas—?

¿Cómo te encuentras ahora? Espero que esta situación no te haya dañado…

* * *

Entonces, el Maestro me explicó el mecanismo de lo que había sucedido: no fui yo quien había caído en el infierno por mí misma, sino que fui sumergida allí por mi antiguo amigo, que se desvió del Camino y se convirtió en un «demonio en la carne», no buscando a Dios, sino la comodidad «terrena» y ese «poder personal» mencionado anteriormente. Y, en su controversia con el Maestro, insistió en su derecho a esta «mezcla de gunas»…

La grosería de la conciencia y la demonización —usualmente ocurren de manera gradual e imperceptible—. Y en vías de evitar que esto suceda, debemos comparar nuestra condición constantemente con los Estándares Divinos, que los Espíritus Sagrados representan para nosotros.

… Y, debo decir, que mi «amigo» no me sumergió en el infierno intencionalmente. Para nada, tan solo se acordó de mí, comenzó a «mirarme» mentalmente, y me «cubrió» con una nube negra de conciencia demoníaca. Y mi error residió en permitirme sintonizar con él, sin sospechar en ello nada malo. No pude notar su grosería mientras sostenía relaciones amistosas con él. Gradualmente, yo misma —como conciencia— me había vuelto tosca. Y nuevamente refinarse a sí mismo como alma —requiere de nuevos esfuerzos intensivos y además de tiempo—.

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